Cada material debería considerarse como un capítulo de una novela – Luis Sujatovich

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Una propuesta educativa que carece de coherencia constituye un obstáculo para cualquier estudiante. En muchas ocasiones se suele considerar que los temas, las actividades, los objetivos y los plazos deben guardar coherencia, pero se desestima incluir en ese análisis a la bibliografía. No se trata, simplemente, de revisar que los textos sean pertinentes, sino más bien, de comprender si ofrecen una interpretación de los contenidos de forma prolija, asequible y que evite las contradicciones innecesarias.

No es cuestión, por supuesto, de ofrecer un abordaje carente de matices ni que omita las tensiones que la conforman, ya que  eso supondría quitarle los elementos más relevantes a la cuestión, sino que en ciertas oportunidades las lecturas (y otros materiales) abonan diferentes perspectivas sin que el docente se percate y conduce así  a un equívoco importante. No es lo mismo ofrecer diferentes opiniones sobre un problema social, por ejemplo, que servirse de fuentes opuestas sin que se ofrezcan los elementos necesarios para advertir sus intenciones.

La ausencia de un orden que le brinde sentido a los materiales (y no me refiero, insisto, a un pensamiento único ni a versiones edulcoradas y reducidas de los conflictos que puedan estar ligados al objeto de estudio), los estudiantes lo reconocen a la brevedad y no los conduce a una problematización profunda, interdisciplinaria y crítica sino más bien a una suerte de doble decepción, tanto del tema como de la asignatura.

En las ciencias sociales, particularmente, esta falencia se traduce en la ausencia de una comprensión sistemática de las etapas históricas, de los movimientos sociales, de las teorías más difundidas, e incluso del carácter específico de algunas teorías. En los programas en frecuente hallar textos que poseen base positivista, con estructuralistas, modernos y contemporáneos, sin que posean más articulación que la temática que, en algunos casos, abordan sólo lateralmente. Imaginemos la confusión que pueden suscitar sus múltiples posturas respecto a la sociedad, al sujeto, al trabajo o a las emociones, textos tan diversos que no encuentran en las clases ni en las actividades instancias de síntesis y de elaboración conceptual prolíficas. A veces pareciera que la bibliografía es un espacio para completar bajo un criterio unificador básico: si se refieren al tema de la unidad, alcanza. También la organización bajo el impulso de la novedad trae inconvenientes: suponer que porque todos han sido editados recientemente conforman un aporte homogéneo y relevante, tampoco favorece su lectura. Leer un largo texto para que un breve párrafo aluda al tema que nos ocupa, sin que se trate de un aporte sustancial, no estimula a nadie. ¿Cómo se puede instar a apasionarse por una disciplina si los materiales sólo tienen sentido para el docente? Es decir, si es el único que puede colegir las luchas que subyacen a cada formulación teórica. Acumular textos no brinda oportunidades de apropiación, sino más bien fatiga, inseguridad y carencia de deseo por aprender. Cada material debería considerarse como un capítulo de una novela: a la vez que agrega expectativas, nos ayuda a comprender mejor a los personajes, sus anhelos y sus historias. Lo demás, sólo sirve para presumir.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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