Por Cristian López.
Lic. en Comunicación, Profesor de Historia.
Cada 10 de noviembre, la Argentina celebra el Día de la Tradición en homenaje al nacimiento de José Hernández, autor de Martín Fierro, obra fundacional que condensó el espíritu del gaucho y su cosmovisión. Pero más allá del homenaje literario, la fecha nos invita a mirar hacia adentro, a preguntarnos qué entendemos hoy por “tradición” en un país que cambia vertiginosamente y donde las raíces, a veces, parecen difuminarse entre pantallas, consumos y urgencias.
Tradición no es solo un repertorio de costumbres antiguas o un museo de lo que fuimos. Es, ante todo, una forma de memoria viva, una manera de reconocernos en lo compartido y en los gestos cotidianos que nos devuelven cierta identidad. En la ronda del mate, en una payada improvisada, en los bailes populares o en las palabras que heredamos sin saber de dónde vienen, se expresa un modo de estar en el mundo que resiste al olvido. En cada escuela, en cada pueblo, el Día de la Tradición se convierte en una oportunidad para reafirmar que lo que somos no se resume en un pasado idealizado, sino en la capacidad de recrear ese pasado en el presente.
José Hernández escribió el Martín Fierro en 1872, un momento de grandes transformaciones sociales y políticas, cuando el gaucho comenzaba a ser desplazado por el avance del Estado moderno y la inmigración. Su poema, más que una oda romántica, fue una denuncia y una advertencia: la pérdida de la libertad, de la tierra, del lenguaje propio. Hoy, 153 años después, seguimos enfrentando nuevas formas de desarraigo. Las tradiciones populares se mezclan con las globales, los oficios rurales se transforman, desaparecen, las voces del interior muchas veces quedan fuera del relato oficial. Y, sin embargo, en cada fiesta patronal, en cada feria artesanal o festival folclórico, hay una rebelión silenciosa de la identidad: la voluntad de seguir diciendo “aquí estamos”, aunque cambien los tiempos.
Celebrar la tradición no debería ser un gesto de nostalgia, sino un acto de conciencia. Tradición es también aquello que decidimos conservar y transmitir. Es el lenguaje con el que se nombran las cosas del campo, las recetas familiares que se comparten sin escritura, la tonada que diferencia una provincia de otra, los silencios que dicen tanto como las palabras. En un país tan diverso y extenso como el nuestro, la tradición no es uniforme: es plural, mestiza, cambiante. Y en esa diversidad radica su riqueza.
Quizás el desafío actual sea encontrar un equilibrio entre la memoria y la transformación. No se trata de vivir mirando hacia atrás, sino de reconocer las raíces para crecer hacia adelante. Como el hornero que construye su casa con barro y paciencia, cada generación levanta su propio nido cultural con materiales del pasado y del presente. La tradición, en ese sentido, es una conversación entre lo que fuimos y lo que queremos ser.
Hoy, 10 de noviembre, más que vestir ponchos o recitar versos gauchescos, vale la pena detenerse a pensar qué de todo eso sigue hablándonos. Tal vez la verdadera tradición argentina no esté solo en los símbolos que evocamos una vez al año, sino en la capacidad de seguir buscando un sentido común en medio de las diferencias. Porque un país sin tradición es un país sin memoria, y un país sin memoria corre el riesgo de perderse en el olvido de sí mismo.