
El paso del secundario al nivel superior supone una transformación sustancial en cada estudiante. No sólo porque se espera que las exigencias sean mayores, tanto en relación a contenidos, evaluaciones y resolución de actividades, sino también porque – a pesar del esfuerzo que implica – con eso no basta. Quizás una de las diferencias más importantes radique precisamente en esa cuestión: en la escuela alcanza con cumplir, pero en la universidad o en la formación técnica, no es suficiente. El cumplimiento de las consignas, de los plazos y de las condiciones de cursada no debería suponerse como el objetivo que debe perseguir un alumno para culminar con solvencia sus estudios. ¿O acaso sólo se trata de repetir el comportamiento de los años previos? Es cierto que algunas dinámicas (lamentablemente) se repiten y a veces cuesta distinguir cuál es el estadíos educativo que se está desarrollando, sin embargo no puede cifrarse en la acción docente el desempeño del sujeto. Y aquí encontramos otra diferencia: no sólo no se puede limitar la acción del estudiante a la ejecución satisfactoria de los saberes adquiridos dentro del aula, tampoco puede reposar su accionar en las iniciativas que el profesor pueda ofrecer. Se trata, por lo tanto, de superar el rol de estudiante y asumirse como profesionales en proceso. La diferencia no es sólo semántica, es actitudinal. El desafío es pasar de someterse, con mayor o menor rigor, a las planificaciones docentes para adquirir un hábito enérgico que les permita avanzar en la búsqueda de sus objetivos, es decir, que les permita construir sus saberes en pos de fortalecerse en un área específica de conocimiento para volverse competentes. Estamos de acuerdo que la época de los egresados sin una especialización (no me refiero al posgrado) está en disminución. Imaginemos un abogado que no tenga una inclinación particular, o un contador, un mecánico, un electricista, etc.
Las instituciones de educación superior (sean de gestión pública o privada) sólo pueden suscitar un ámbito de exploración general sobre diferentes temáticas que, de ninguna forma, conducen a una formación específica. Eso es tarea del profesional en proceso. ¿Y cómo debería gestionar sus tiempos e inquietudes para aprovechar la ocasión? Por ejemplo, asistiendo a jornadas académicas, congresos nacionales, consultando las últimas publicaciones en las revistas especializadas, observando entrevistas, webinares y clases magistrales que pueden consultarse en Internet. También pueden seguir a especialistas en las redes, participar de grupos de estudio y también seleccionando qué bibliografía van a leer en su totalidad. Bien sabemos que pocos libros (o ninguno) se lee en su totalidad en el grado. Es importante destacar que en ningún caso supone una inversión económica importante, dado que muchos materiales y actividades suelen ser gratuitas para fomentar el interés de los futuros graduados.
El título sólo indica que quien lo posee aprobó las asignaturas y talleres que conforman una licenciatura o tecnicatura, mas no dan ninguna precisión acerca de la trayectoria ni de las experiencias obtenidas fuera de los horarios y espacios pautados. Lo demás, depende de cada uno. Esa responsabilidad no se resuelve aprobando parciales.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social