Hernán Ronsino y la construcción de la lectura

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Por Hernán Carbonel

Hernán Ronsino es dueño de una prosa con respiración propia, poética, basada en un trabajo minucioso con el lenguaje, que lo ha vuelto una de las voces más genuinas, singulares y reconocibles de la literatura argentina contemporánea. Morosa, su escritura, lo acerca a Juan José Saer tanto como a Haroldo Conti. Porque es un lenguaje que, además, tiene una marcada correlación de fuerzas con la geografía. La pampeana, sobre todo, a la que pertenece su Chivilcoy natal.

Esto es notorio más que nada en su trilogía novelística compuesta por La descomposición, Glaxo y Lumbre (2007, 2009 y 2013 respectivamente), y en la recopilación de cuentos de Caballo de verano, publicados todos ellos por Eterna Cadencia junto a sus otras dos novelas, Cameron y Una música.

A su rol como docente de Sociología en la UBA y curador de clínicas de escritura, Ronsino ha sumado la publicación de dos libros donde recopila sus artículos y ensayos breves: primero, Notas de campo (Excursiones, 2017), y, recientemente, Antes de leer, a través de Ediciones Bonaerenses, la editorial del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

Compuesto por dieciséis textos, escritos en la última década, que no habían sido publicados en nuestro país -algunos de ellos pensados para conferencias-, se cruzan lo autobiográfico con el ensayo literario, el recorrido lector junto al recorrido vital, porque, como él mismo lo dice, “un lector se construye antes de tener un libro en las manos. Primero está la mirada (…) una mirada que esté incómoda con la realidad (…) Mirar la singularidad del mundo para poder leer y escribir”.

Por allí desfilan personajes de su ciudad natal, como el historiador Gaspar Astarita; su premio Anna Seghers junto a la inmigración, espejo de una lengua en tránsito; semblanzas de -homenajes a- Walter Scott, Esther Kinsky, Rodolfo Walsh, Elías Canetti, Martínez Estrada, el mismo Saer, la trilogía mágica compuesta por Borges, Arlt y Piglia, a quien Ronsino siempre vuelve.

En muchos textos, el autor opera por relación, donde se tejen y entrecruzan una variedad de historias. El linaje -una familia como una tribu-, lo político-ideológico y lo literario, lo íntimo y lo público, en los Lugones y los Donoso. O a la argentina Emma De la Barra con los franceses Roman Gary y Eddy Bellegueule. En otros, deja entrever su formación sociológica: en “Una escena de lectura” o “Formas de habitar la narración”. O la fusión de ambos, como cuando relaciona al aventurero Sylvain Tesson con el Walden de Thoreau: “La naturaleza es el único sitio donde uno puede ser libre”. Quizás, podríamos agregar, también en la literatura. 

El último texto merece una mención aparte.

A fines de los ’90, en Chivilcoy, Ronsino había empezado a escribir en el suplemento joven de un diario local. Un día se decidió a homenajear a una poeta de esas tierras, Eloísa Simón, hija de un ganadero, asesinada por anarquistas a principios del siglo XX. Muchos años después, Ronsino se entera que un apasionado de la historia de la ciudad homenajeaba, cada año, a esta poeta. Nada de eso contendría un mínimo de singularidad si no fuera porque esa poeta había sido una total y absoluta invención de Ronsino. Había creado “un personaje verosímil” a la vez que había activado los mecanismos de la ficción, la construcción -como Schwob, como Borges, como Bolaño, como Danilo Kis, como Forn- de vidas imaginarias. ¿No es así, también, como nacen los personajes?

Los personajes de ficción se nos incrustan en la memoria”, dice Ronsino, “son singularidades que se constituyen en los detalles para volverse imborrables”. Y eso sucede ya no antes, sino después de leer.

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