La asistencia a congresos educativos: un hábito irrelevante – Luis Sujatovich

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Los congresos sobre educación están perdiendo su relevancia porque no hay debates sino simples exposiciones bajo la dinámica de un monólogo breve y sin oyentes. Las presentaciones de los temas se resumen tanto que resulta imposible adentrarse en las particularidades y si en alguna oportunidad alguien ofrece alguna lectura a considerar o acerca una sugerencia que, generalmente, tiene que ver con su tema. Hay, en general, una sensación, una atmósfera propia de las mesas de finales. Cada quien vela por su discurso y no tiene más expectativa que lograr una exposición aceptable. Nadie quiere involucrarse en un debate, porque supone que no corresponde. Acaso se supone que hacerlo es una intromisión o conforma un señalamiento que debilitaría los méritos del hablante.

Las mesas temáticas suelen congregar a más de veinte expositores que no suelen disponer de más de diez minutos para ofrecer los avances de su investigación o los hallazgos de su tesis, por lo tanto ser veloz es más necesario que incitar a la reflexión o buscar la originalidad en las formulaciones teóricas. Lo mismo ocurre con el diseño metodológico. La lógica de las redes sociales, de a poco, se han ido apoderando de los intercambios académicos: todos colaboramos en un espacio para llenarlo de contenido que pocos atenderán y que será reemplazado por otra sesión en menos  de una hora.

La figura del coordinador o de la responsable es, acaso, digna de un estudio específico. Su rol debería exigirle conocimiento de todas las ponencias y un acendrado reconocimiento de las principales cuestiones que atraviesan el campo de conocimiento en cuestión, sin embargo no es posible comprobarlo. Apenas si se oye su voz para hacer algunas indicaciones sobre el procedimiento. La prolijidad en el desarrollo de la jornada, es sin dudas, su principal preocupación. No hace acotaciones, no se explaya sobre ningún asunto ni aporta bibliografía relevante. Se asemeja a un empleado que, sin mayor interés en su tarea, procura cumplir con su labor sin dificultades.

Estas situaciones se repiten demasiado y están rutinizando (en el peor sentido de la palabra) a las actividades de intercambio entre colegas. La búsqueda de certificados para avalar una carrera académica o para sostener un equipo de investigación conforman los únicos argumentos de los concurrentes. Y si bien son deseos atendibles, en cuanto se convierten en lo único que importa, el diálogo se muestra irrelevante. Y entonces, nadie se escucha, apenas se espera el turno. O que finalice para ir a solicitar el tan codiciado certificado.

Los congresos, jornadas, simposios, están muy devaluados. ¿O es casualidad que cada vez menos público asista? Ya han advertido que se trata de una práctica que se desentiende de las discusiones y prefiere contentar a todos con un “muy interesante, gracias por tu participación”. El certificado y la complacencia conforman una dupla terrible. Nadie se preocupa por hacer afirmaciones osadas o por contradecir a un autor u obra importante. Basta con dar la lección, simular atención y ser paciente. No aprendemos mucho, es cierto, pero agrandamos el CV.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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