¿Tiene alguna relevancia en la formación docente el desarrollo de las capacidades empáticas? ¿En cuál asignatura se le otorga especial interés a los vínculos? Es muy probable que algunos docentes – quizás quienes tienen más horas de aula que de biblioteca – reconozcan que se trata de una falencia que tienen hondas consecuencia en la labor cotidiana. Sin embargo, se insiste en buscar soluciones soslayando que si el otro no advierte que estoy honestamente interesado en conocerlo, será imposible que eso suceda.
Los cursos de posgrado tampoco parecen acertar en su diagnóstico, porque se reducen a dos grupos predominantes: los que se jactan de ofrecer alternativas didácticas para dinamizar las clases según las necesidades de los estudiantes y aquellos que cifran en el diseño de materiales todos sus propósitos educativos. Ambas temáticas, sin dudas, son oportunas. Poseer un repertorio didáctico variado resulta apropiado así como tener conocimiento acerca de las aplicaciones y plataformas actuales. El desconocimiento de los lenguajes, temas a instancias de construcción de la subjetividad de las nuevas generaciones no puede conformar una opción. Es notable la ausencia de propuestas de capacitación que se involucren con la pedagogía, acaso se considere que es muy teórica o que es un saber al cuál sólo pueden acceder los pedagogos. En cualquier caso, tal menesterosidad no puede sino lamentarse: para construir ambientes colaborativos de enseñanza y aprendizaje no basta con la aplicación de una metodología activa junto a un buen recurso digital. Construir conocimiento en el aula (en cualquiera de las modalidades y niveles) no se resume a la correcta aplicación de una técnica.
La educación emocional y la neuroeducación, aún en sus mejores versiones, tampoco abordan la relación con el estudiante en tanto otro. Reconocer las emociones y las operaciones que realiza el cerebro durante una clase constituye un auspicioso primer paso para salir de la autosuficiencia (tan cercana al ego) y buscar el modo de replegarse para que los estudiantes puedan desplegarse. No deja de resultar paradójico que las capacitaciones se inserten en una lógica que centra en la carrera docente todo el peso del proceso educativo, a la vez que busca (a veces con cierta torpeza) insinuar que es preciso salir del lugar del saber para pasar a ocupar un sitio junto a los alumnos, sin que ello suponga desatender las obligaciones que el rol exige. La cuestión estriba en la reformulación de la labor dentro del aula, para que se ocupen posiciones diferentes según las necesidades y las circunstancias. ¿Y cómo podemos saber al respecto? Dialogando. Estableciendo una comunicación en términos de Pascuali quien afirma que comunicar supone estar abierto a la otredad. Es una predisposición que debe asumirse con carácter irreductible, pues supone la horizontalidad entre dos o más sujetos. No conozco otro modo de construir un vínculo honesto, prolífico y perdurable con los estudiantes. Por supuesto que no propongo que vayamos a la escuela sólo a hacer amigos, sino que es urgente aceptar que sin una consideración atenta y sostenida en el otro, ninguna estrategia tendrá la incidencia que pretendemos. No se trata de acumular cursos y capacitaciones, sino de abrirse a los demás.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social