
La comunicación como disciplina científica, aún sin haber logrado delimitar su campo de estudios de forma sólida y precisa, tiene algunos aportes que ofrecer a la educación. Hay algunos que han sido muy frecuentados, por ejemplo aquellos que están ligados al análisis de medios, a la intencionalidad del lenguaje, a la construcción de subjetividad y también a las cualidades expresivas de las imágenes. Incluso hay numerosas escuelas secundarias que cuentan con orientaciones en estas temáticas, proponiendo así una aproximación crítica a los múltiples mensajes, medios y plataformas que conforman el entramado digital que nos atraviesa cada día a mayor velocidad.
Sin embargo, aún persiste una certeza que nos remota a los escuálidos orígenes de los estudios de audiencias: si muchos sujetos son expuestos a un mensaje, todos comprenderán lo mismo. Esta formulación que ha sido (favorablemente) relegada en las teorías de consumo mediático, persiste con notable fuerza en las escuelas. Se supone que un material, una exposición o una lectura producirán los mismos efectos en cada uno de los estudiantes. Acerca de la abundancia de interpretaciones que se generan bajo diferentes inspiraciones subjetivas, María Acaso – en su obra “Redvolution: hacer la revolución en la educación”- propone el siguiente ejemplo: “En el cine hay tres amigas viendo la película Profesor Lazhar, de Philippe Falardeau. Cuando vuelven a casa y cada una de ellas cuenta a otras personas de qué va la película, pareciera que cada una ha visto un filme distinto (…) entonces, si aceptamos esta pluralidad interpretativa como válida en una película, ¿por qué en la rutina educativa resulta que los estudiantes entenderán de manera exacta, calcada, como un espejo, lo que dice el profesor?”.
La cuestión parece tan simple que abruma, ¿no es cierto? Quién podría discutir acerca de las variaciones que surgen en torno a un mismo enunciado, ¿o acaso no es necesario repetir y explayarse acerca de una consigna porque algunos no han entendido con exactitud qué se pretende? Es por eso que resulta indispensable advertir que un mensaje amerita tantos sentidos como personas lo reciban. En algunas circunstancias, en el paroxismo del autoritarismo que produce el convencimiento del criterio único, se estima necesario insistir en la misma versión de una tarea, concepto o indicación para que se aprendida. Semejante confusión sólo provoca una mayor perplejidad y desazón en ambos, porque los alumnos no van a adquirir objetivamente la noción de la profesora (como si se tratara de un discurso sin sujeto) ni tampoco podrán comunicarse por fuera de su universo vocabular, en consecuencia, solo habrá un intercambio de premisas, unas que asumen el deber de persistir hasta imponer su sentido y las demás, que se oponen ante la imposibilidad de construir un diálogo horizontal. Todos hablan, pero nadie sale de sí mismo con el anhelo de encontrarse con el otro. Quien explica de una sola forma, más que el deseo de involucrarse en un proceso de enseñanza y aprendizaje, pareciera que sólo está obnubilado por sus ganas de ser valorado por su saber enciclopédico, formal, automatizado. Si nos preocupa la educación, no podemos desestimar la comunicación.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social