La pasión que suscita el fútbol es tan conmovedora como improductiva en términos
educativos. Sin embargo, un sábado a la mañana en pleno invierno es frecuente encontrar
familias completas alrededor de las pequeñas canchas acompañando con fervor a sus hijos. Sin
embargo, en las bibliotecas, en las salas de teatro y en cualquier otra actividad artística, esa
concurrencia no se produce ni siquiera una vez al año.
Resulta conveniente hacer una distinción importante: no se pretende despreciar a las
actividades populares ni tampoco caer en la grosería conceptual de despreciar aquello que no
nos agrada mucho. El deporte es sustancial para la niñes y la adolescencia, tanto en su rol de
protagonistas como de aficionados. Cabría preguntarse si el interés social general es genuino.
Es decir, ¿se alienta la actividad por el mero hecho de estimular el goce? Se espera que el
equipo no deje de divertirse sin importar el resultado, o quizás hay algunos intereses no tan
desinteresados. Las madres y padres que asisten en todo cuanto pueden para que sus hijos
concurran a entrenar, tengan la ropa necesaria y no falten a los partidos, ¿sólo buscan
asegurarse que se diviertan? O hay quienes están esperando que un golpe de suerte les
permita mejorar su situación económica.
El afán de prosperar no es – en absoluto – censurable, aunque si advertimos que hay millones
de personas que apuestan por el fútbol y apenas un puñado que lo hace por la ciencia, el arte y
la educación, no podemos dejar de preocuparnos. No se pretende, insisto, en propender a
establecer una interpretación elitista, sino de asumir que las esperanzas sobre otras
actividades han decaído enormemente. Si la escuela no fuera obligatoria, la asistencia sería
muy menor. En cambio, el fútbol no es obligatorio y no cesan de concurrir cada día.
Hay un aspecto que también requiere una aclaración: quien anhela convertirse en jugador
profesional no está interesado en el club ni en el barrio, sólo en él. Por lo tanto, el anhelo que
lo impulsa es del todo individualista. Busca el modo de salvarse, no quiere que el equipo sea
famoso por sus logros, pretende simplemente que alguien se fije en su desempeño. Es decir, el
fútbol no puede salirse de la lógica del mercado: volverse una mercancía apetecible, es el
deseo que trasciende generaciones.
Se podría argumentar que no existe un espacio alejado de las disputas económicas, y, por lo
tanto, si el objetivo es el mismo, detenernos en el camino es un detalle. Sin embargo, las
competencias que puede potenciar el arte, la ciencia y la educación ofrecen una alternativa a los discursos dominantes. En la posibilidad de abrir un marco interpretativo disidente,
contracultural, alternativo se cifra el esfuerzo cotidiano de cada docente. Cada vez que un
chico prioriza un partido en detrimento de sus estudios, algo de nuestra labor se resiente. Y
también su futuro se contrae: la pelota tiene muchas virtudes, pero es la herramienta de
trabajo que más empobrece: sólo unos pocos logran obtener ganancias, el resto ni siquiera
sigue como estaba, porque pasada la juventud las posibilidades se acaban.