La educación pública bajo presión: la defensa de lo público en tiempos de reformas inciertas

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Entrevista a Mario Lozano 

Por Cristian López. 

Lic. en Comunicación, Profesor de Historia.

En un país donde hablar de educación es hablar del futuro, escuchar a quienes llevan décadas trabajando en la universidad pública se vuelve imprescindible. Mario E. Lozano: investigador del CONICET, docente, divulgador, ex rector de la Universidad Nacional de Quilmes, dirigió el Consejo Interuniversitario Nacional y condujo el Instituto de Microbiología Básica y Aplicada, además de participar activamente en redes regionales de investigación y en la formación de investigadores, becarios y estudiantes. También es autor de tres libros de divulgación científica, entre ellos Vivir apestados, publicado en 2024, es una de esas voces que combinan conocimiento técnico, sensibilidad social y una convicción profunda acerca del papel del Estado en la construcción de oportunidades. Su trayectoria da cuenta de un compromiso sostenido con el derecho a aprender.

Lozano recuerda que detrás de cada reforma hay vidas reales, estudiantes concretos y territorios donde la educación no es una consigna, sino un piso de dignidad.

Con ese marco, conversamos para tratar de entender qué está pasando, qué se juega hoy y qué caminos pueden abrirse. Comenzamos por lo más urgente y lo más básico:

P- ¿Cómo definirías hoy el estado de la educación pública argentina en todos los niveles, desde el inicial hasta el universitario?

R- La educación pública arrastra problemas históricos. Algunas políticas los han mitigado con mayor o menor éxito, pero hoy, especialmente en el nivel universitario, que depende directamente del Estado Nacional, estamos frente a una crisis profunda. El gobierno se está desentendiendo de su responsabilidad y eso tiene efectos muy negativos. En los niveles obligatorios, a cargo de las provincias, también hay dificultades, pero se observan esfuerzos por resolverlas. Son crisis conocidas, que suelen abordarse con políticas de prueba y error, pero con intención real de mejora. En cambio, en la educación superior vemos un abandono deliberado. La desinversión no se siente de inmediato, pero sus consecuencias serán muy difíciles de revertir si estas políticas se sostienen en el tiempo.

Argentina ya atravesó momentos críticos: dictaduras que expulsaron y asesinaron docentes, no docentes y estudiantes. Sin embargo, lo actual es una desidia sobre un sistema que venía creciendo y mejorando indicadores sensibles, como la tasa de graduación. Hoy todo eso se tira por la borda. Ya estamos viendo pérdida de personal capacitado, docentes formados por el sistema público que migran o se van a otros sectores porque no encuentran condiciones para quedarse.

“Lo que nosotros vemos es que lo que hace el gobierno nacional es desentenderse de la importancia que tiene la educación superior en Argentina”

P- Fuiste rector de una universidad joven como la Universidad Nacional de Quilmes. ¿Qué elementos consideras imprescindibles para que una institución pública pueda desarrollarse de manera sostenida?

R- Primero, entender que las instituciones están hechas de personas. Por eso la formación continua de docentes y no docentes es esencial para sostener las funciones centrales de la universidad: enseñanza, investigación, extensión, transferencia y difusión del conocimiento.

Segundo, se necesita inversión: infraestructura, tecnología, equipamiento. Sin esto, las áreas científico-tecnológicas no pueden enseñar ni investigar con estándares adecuados, y perdemos competitividad en un mundo donde Argentina está preparada para estar a la altura.

Tercero, las becas. Son fundamentales para garantizar equidad. Muchos estudiantes provienen de familias sin ingresos suficientes. Sin un sistema robusto de becas, tanto de grado como de posgrado, no pueden sostener sus estudios. La meritocracia solo existe si hay igualdad de oportunidades. De lo contrario, es una mentira: pesa más la cuna en la que naciste que tu esfuerzo.

P- ¿Crees que existe un riesgo real de que la universidad pública, vuelva a ser un espacio para pocos? 

R- Sí, nosotros vemos con mucha preocupación la situación en la que estamos, no va a pasar de un día para el otro, pero estamos en un camino que lleva a convertir a los estudios superiores en elitistas, asequibles sólo a una parte de la sociedad, como ocurría hace mucho tiempo en la Argentina. Tenemos históricamente una política de educación, una política educativa en todos sus niveles, inclusiva.

Una política inclusiva empieza con los inicios de la patria, Belgrano, San Martín, Castelli creían en la educación, como motor del desarrollo nacional. Sarmiento, un prócer del liberalismo argentino, fue el que promovió una escuela pública primaria de calidad para todos y todas, de esa manera garantizaba que los argentinos estén mejor formados, para que el país responda mejor económicamente y tenga un desarrollo más adecuado. Después el radicalismo con Irigoyen, con la reforma universitaria, pero sobre todo el peronismo en la primera presidencia de Perón, cuando instituye el desarancelamiento de las universidades, de los estudios superiores, a mí me parece que eso implicó garantizar que mucha gente que históricamente no podía ir a la universidad, no que no la elegía, no podía ir, empezó a ir a la universidad.

Perón puso un sistema de becas, que permitió que muchos hijos de obreros y de campesinos fueran la primera generación de su familia en la universidad. 

Eso cambió drásticamente a la Universidad Pública Argentina. Esas políticas con vaivenes se sostuvieron, por suerte, durante mucho tiempo y a pesar de las dictaduras, se pudo recuperar la educación gratuita en la Argentina, hace 35 años que tenemos esta educación, fue mejorada en los gobiernos de Néstor y Cristina, que lograron que cada provincia argentina tuviera al menos una universidad pública en su territorio.

Ese proceso transformó la universidad pública argentina. Hoy está en riesgo.

“No existe mérito sin igualdad de oportunidades. Hablar de meritocracia en una sociedad profundamente desigual es construir una mentira que justifica privilegios.”

P- ¿Qué pensas que va a pasar con los estudiantes de primera generación que hoy están en la universidad?

R- Van a pasar dos cosas. En primer lugar, el ingreso de estudiantes que son primera generación de universitarios no es algo que haya ocurrido hace uno o dos años; es un proceso que viene desarrollándose desde hace más de diez o quince años. Eso significa que hoy ya tenemos una gran cantidad de egresados que son hijos directos de esa política pública. Personas que saben en carne propia lo que implica que una familia pueda ejercer el derecho de enviar a sus hijos a la educación superior.

Eso genera algo muy importante: una enorme cantidad de “embajadores” de la universidad pública. Y esos embajadores hacen que cualquier política contraria a este derecho, como la que estamos viendo actualmente, empiece a encontrar resistencia social. Se forman núcleos de resistencia muy fuertes que, a la larga, pueden permitir revertir una política errónea como la que está siguiendo hoy el gobierno nacional. En ese sentido, yo lo vería como un problema temporal.

Ahora bien, al mismo tiempo es cierto que, si se sostiene esta política de desprecio hacia la educación superior, vamos a empezar a perder estudiantes. Sobre todo, a aquellos que históricamente han sido el núcleo de las universidades del interior, de ciudades medianas y pequeñas. Esto pasa en Villa María, en Río Cuarto, y en tantas otras ciudades que no son capitales provinciales y que tienen universidades que no son la institución tradicional de la provincia. 

Especialmente en las universidades del conurbano y en las del interior profundo, donde la mayoría proviene de sectores de menores ingresos. Allí el golpe va a sentirse de forma más rápida y más dura.

P- ¿Creés que la autonomía universitaria está en riesgo?

R- La verdad es que con este gobierno todo corre riesgo. No se trata de poner un cartel de “cuidado”, ni de decir que mañana mismo van a avanzar directamente sobre la autonomía, pero tampoco se puede negar que hay intentos. En Argentina hay cosas que son más fáciles de hacer y otras que son más difíciles. Lamentablemente, pegarles a los jubilados todos los miércoles parece ser fácil, porque no tiene costo político. Cambiar las reglas de las universidades es más complejo, pero eso no significa que no lo intenten.

Hay cosas que la sociedad debería empezar a ver con mayor claridad, como riesgos serios para la convivencia democrática. ¿Qué tipo de sociedad se puede sostener cuando se reprime sistemáticamente a uno de los sectores más desprotegidos, como los jubilados, cada vez que protestan para mejorar sus condiciones de vida? No están rompiendo nada, no están haciendo nada ilegal, simplemente están reclamando. Y sin embargo se incentiva a fuerzas que deberían ser fuerzas del orden a convertirse en fuerzas represivas, dañinas para ese colectivo.

Tenemos que lograr que la sociedad deje de mirar para otro lado frente a estas situaciones aberrantes, porque lo son verdaderamente.

Habrá que dar una batalla cultural muy fuerte para demostrar que esto es invivible, que es una porquería. Porque, así como hoy le toca a otro, mañana te puede tocar a vos. La mayoría somos descartables para este sistema, y si no nos cuidamos entre nosotros, no nos va a cuidar nadie. Eso es algo fundamental que tenemos que tener en cuenta.

Si eso es tolerable, cualquier cosa puede serlo.

P- Como investigador del CONICET, ¿cómo ves el lugar que este gobierno le da a la ciencia y la investigación? y ¿Qué consecuencias puede tener la desfinanciación de las áreas estratégicas, como por ejemplo la biología, la biotecnología o la innovación??

R- El gobierno utiliza cualquier excusa para reducir el presupuesto de educación superior y de ciencia y tecnología. Y en este último sector lo hace con una agresividad mucho mayor. Su visión es infantil: creen que solo sirve la ciencia ligada de manera directa al sector productivo. La ciencia no funciona así.

Han desfinanciado casi todos los instrumentos que sostenían el sistema científico. Argentina, con recursos escasos, logró desarrollos de enorme impacto: desde radares de INVAP hasta centrales atómicas, desde agrobiotecnología aplicada, como el trigo resistente a sequía, hasta investigaciones básicas en biología molecular o física que después se transforman en innovación.

Sin investigación fundamental no hay desarrollo posible. Todo debe comprarse afuera, generando dependencia y costos altísimos. Y estamos hablando de un país que invirtió históricamente muy poco: 0,30% del PBI antes de este gobierno. Ahora estamos casi en cero. Revertir este daño llevará años. Incluso atacan las ciencias sociales, que son la base del análisis social, económico y cultural, y también de herramientas que hoy usa todo el mundo, desde la inteligencia artificial hasta el marketing político. Ni siquiera comprenden lo que están destruyendo.

“Ellos mismos están destruyendo lo que más usan, pero son tan burdos, tan brutos en este sentido, que es difícil saber hasta dónde van a llegar, probablemente hasta destruir todo”

P- El gobierno anunció que trabaja en una reforma educativa. ¿Qué impacto podría tener?

R- Yo creo que toda reforma que están promoviendo está llena de palabras, que uno si las traduce al idioma de la realidad es, vamos a disminuir la inversión y no nos importa si se destruye el sistema, si hay mucho menos estudiantes que puedan hacer la primaria, la secundaria y la universidad, van a ir en ese sentido, lamentablemente esa es la realidad, y el que no la quiera ver ahora, la va a ver en la práctica dentro de poco tiempo. 

P- Durante tu gestión se fortalecieron programas de extensión universitaria. ¿Te preocupa que estas políticas sean desmanteladas?

R- Sí, ya ocurrió durante el gobierno de Macri. La extensión es la hermanita menor de las funciones universitarias, y recortarla siempre parece lo más fácil. Pero es falso que el daño sea menor. Una buena extensión mejora la educación y la investigación; todas las funciones están articuladas.

En el contexto actual, la extensión será lo primero que va a crujir. No tengo dudas de eso.

P- ¿Qué pierde la sociedad cuando la universidad retrocede o se debilita?

R- En Argentina, como en muy pocos países del mundo, la universidad es un verdadero motor de proyección social. Cambia vidas. Les cambia la vida a quienes trabajan dentro, docentes y no docentes y a quienes estudian o tienen un familiar estudiando. Su impacto es directo e indirecto.

Esto se ve claramente en los datos de la Encuesta Permanente de Hogares: las personas con estudios universitarios alcanzan mejores resultados económicos que quienes no los tienen. Pero incluso aquellos que pasaron por la universidad sin terminar sus estudios muestran mejores indicadores que quienes nunca ingresaron. Eso significa que la universidad transforma, aun cuando no se llegue al título. Claro que es importante mejorar las tasas de graduación, pero el impacto existe desde el primer día.

La universidad es un enorme integrador social y lo es aún más cuando hablamos de extensión universitaria. Si todos los estudiantes tuvieran que participar en un proyecto de extensión antes de recibirse, tendríamos profesionales con una empatía mucho más profunda y con la vivencia concreta de que su conocimiento puede mejorar la sociedad. Eso cambiaría radicalmente la relación entre los graduados y su comunidad.

“La universidad es un verdadero motor de proyección social. Cambia vidas.

P- Hay sectores que sostienen que la universidad pública es un gasto y no una inversión. ¿Qué les responderías?

R- Que están equivocados, del mismo modo que quienes dicen que la ciencia básica no sirve. Argentina tiene la mayor proporción de clase media de América Latina y eso se explica, en gran medida, por la universidad pública. Quienes pasan por la universidad adquieren más herramientas para desarrollarse económica y socialmente. Eso genera más producción, más comercio, más empleo de calidad, más exportaciones, mejores salarios y, por lo tanto, más recaudación para sostener al propio sistema universitario.

La universidad pública es una inversión que rompe barreras profundas, ligadas al lugar de nacimiento. Incluso alguien nacido en la pobreza más extrema puede cambiar su destino si al menos uno de los hijos accede a la universidad. Eso transforma a la persona y a toda la familia.

P- ¿Por qué la educación pública, especialmente la universidad, siempre aparece en el terreno de la disputa política?

R- Porque en la universidad siempre hay política. Si te referís a la política partidaria, también tiene su expresión. Las universidades funcionan democráticamente y cada claustro, docentes; estudiantes, graduados y no docentes, elige representantes en los consejos. Eso genera espacios de disputa política.

Pero no se trata necesariamente de reproducir los partidos nacionales. Dentro de la universidad existen agrupaciones propias que representan proyectos universitarios. Pueden coincidir personas con adscripciones partidarias diversas, porque lo que prima es un proyecto institucional.

El error es creer que las universidades “pertenecen” a un partido. Son espacios multidiversos, tanto en lo político como en lo ideológico. Ni siquiera quienes conducen provienen de un solo partido: llegan por acuerdos amplios que priorizan políticas institucionales, no banderas partidarias.

P- La educación pública suele definirse como un igualador social. ¿Qué significa eso para vos, también desde tu historia personal?

R- Significa todo. La educación pública es una herramienta fundamental para una sociedad más armónica: más educación implica menos pobreza, menos violencia y mejores estándares de vida.

Mi familia es hija de ese proceso inclusivo. Mis abuelos eran migrantes libaneses muy pobres. Mi abuela, con enorme convicción, logró que sus hijos terminaran la primaria y la mayoría la secundaria. Mi padre fue el segundo de nueve hermanos y pudo ir a la universidad gracias a una beca que consiguió un diputado peronista en los años 50. Con el golpe del 55 le cortaron la beca, pero él ya estaba dentro: trabajó de mozo, vivió de prestado y, con la ayuda del sueldo de maestra de mi mamá, logró recibirse.

Fue el primer universitario de su familia. Yo fui el segundo. Y esa posibilidad cambió nuestras vidas. Si no fuera por la educación pública, yo no hubiera sido rector de una universidad: hubiera tenido el mismo destino laboral que mi abuelo o mi padre antes de estudiar.

Por eso considero que la universidad pública nos genera una deuda de honor con la sociedad: incluso quienes no la usan pagan impuestos que la sostienen. Esa confianza social no se puede traicionar.

P- ¿Qué modelo de universidad imaginás dentro de 10 o 20 años?

R- Una universidad mucho más integrada con su territorio. La curricularización de la extensión es una herramienta clave para eso. Pero toda universidad debe sostener tres ejes esenciales: calidad, inclusión y pertinencia.

Sin calidad, le mentimos a todos. Sin inclusión, hacemos una universidad para una elite, que no responde a las necesidades reales de la sociedad. Y la pertinencia implica que lo que hacemos tenga vínculo con las necesidades del territorio, sin que todo tenga que traducirse en resultados inmediatos o económicos.

En ciencia también necesitamos orientación estatal: definir grandes áreas y preguntas estratégicas, y dentro de ese marco permitir tanto desarrollos básicos como aplicados. No existe la aplicación sin una base previa.

“Toda universidad debe sostener tres ejes esenciales: calidad, inclusión y pertinencia”

P- Para finalizar: ¿qué mensaje les darías a los estudiantes que hoy están transitando la universidad con incertidumbre sobre el futuro?

R- Primero, que se formen con responsabilidad. Son herederos de una tradición que necesitamos que continúe. Para eso hace falta compromiso, dedicación y aprovechar al máximo lo que la universidad les ofrece.

Segundo, que peleen. Que defiendan este bien colectivo que la sociedad construyó durante cientos de años, desde los próceres de la independencia hasta los líderes del siglo XX. La educación pública argentina es un patrimonio que sólo sobrevivirá si quienes pasaron por ella y quienes hoy la transitan la defienden.

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