La escuela tiene un gran problema: no sabe cómo preparar a las nuevas generaciones para el futuro. No tanto porque no pueda inferir sus cualidades más notables, sino porque está ocupada en tratar de volverlo semejante al presente. Es tan demandante la transformación que supone orientarse hacia el porvenir, que (al igual que un cangrejo) camina hacia atrás. Acaso la vana esperanza de retrasar el tiempo les otorgue bríos para proseguir con su contienda. ¿O no es posible hallar más fuerzas para alistarse en el mantenimiento de las rutinas áulicas que en cambiarlas?
La principal dificultad que propone perseverar en un modelo que no conforma a nadie, es que se entregan generaciones de jóvenes desprotegidos al mercado laboral. Los saberes enciclopédicos en decadencia, la violencia que genera el desinterés por el otro, la creciente brecha entre los contenidos y la realidad cultural contemporánea, inflige un daño a la educación que – sospecho – no somos capaces de evaluar en su totalidad. La mayoría de las instituciones educativas son pobres, aunque gocen de instalaciones notables y de un gran presupuesto porque las persona no son felices allí. La ausencia de la pasión convierte a las clases en una película antigua: quienes la vieron ya saben qué sucederá (por lo tanto, no pueden entusiasmarse) y los demás, la padecen porque no hay manera de interesarse en algo que no se asemeja a sus expectativas.
Las estadísticas acerca de los empleos que se acabarán en unas décadas y los que surgirán, pero que nadie inventó aún, nos obligan a dialogar con honestidad acerca de nuestra profesión, pero no sólo entre colegas, también es necesario que las autoridades, las familias y los referentes se incluyan en el debate. ¿Quién se hará responsable cuándo tengamos que explicar el tiempo malgastado? Aquí no se trata de resolver cuáles estrategias didácticas son menos conductistas, ni cómo debe comportarse un directivo. Agota observar a diario cursos, capacitaciones, libros, que cifran en la renovación de la didáctica todo el esfuerzo revolucionario que demandan los estudiantes. Y también, es preciso recalcarlo, muchos docentes. La ecuación educación en los términos habituales pero sumando nuevas metodologías me parece similar a: tareas actuales más computadoras, profesiones del futuro. Si fuera tan simple, ni hablaríamos al respecto. Cada quien con su dispositivo y asunto resuelto. Acabar con la brecha digital sería el único desafío. A veces los diagnósticos atrasan décadas.
La historiadora especializada en tecnología Cathy Davinson, en su libro “Ahora lo ves: Cómo la tecnología y la ciencia del cerebro transforman la escuela y los negocios en el siglo XXI” publicado en 2011 sostiene que: “el 65% de los niños que entran en la primaria este año terminarán trabajando en carreras que ni siquiera han sido inventadas”. ¿Cómo calificarán su educación esos niños?
La responsabilidad que debemos asumir no es hacer bien nuestra tarea, porque – mal que nos pese – así como la hacemos no sirve. No importa cuánto esfuerzo hagamos. Nadie puede inaugurar otra vez la modernidad ni demorar su decadencia. Si la escuela exige que las nuevas generaciones opten entre ella y el futuro, la docencia será un asunto de los museos.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social