La escuela no puede planificar el futuro y las nuevas generaciones lo saben – Luis Sujatovich

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Edgar Morin es uno  de los filósofos más citados y tal vez menos leídos por los docentes.  O, quizás muy leído, pero poco aplicado. Por supuesto que no estoy haciendo referencia a la totalidad de su vasta obra, sino específicamente a su libro más célebre: “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, publicado por la UNESCO en 1999.  Bien podríamos preguntarnos por qué un libro que tiene más de veinte años resulta pertinente, oportuno y contemporáneo  dado que en esas décadas no han sido pocas las obras que se han editado. Probablemente no haya perdido vigencia debido a que sus formulaciones gozan de plena actualidad,  esta vigencia que bien podría estimarse como una ventaja para el autor pero también constituye una falencia para nuestros sistemas educativos, pues evidencia que continuamos padeciendo las mismas deficiencias que a finales del siglo XX.

Las nociones que aporta el autor (1. Reconocer las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión, 2. Los principios del conocimiento pertinente, 3. Enseñar la condición humana, 4. Enseñar la identidad planetaria, 5. Enfrentar las incertidumbres, 6. La enseñanza de la comprensión y 7. Ética del género humano) podríamos clasificarlas en dos grupos: aquellas que están  relacionadas con la condición humana (3, 4 y 7) y las que abordan las dimensiones del conocimiento (1, 2, 5 y 6). En cuanto al primer conjunto, es el menos novedoso, ya que insiste sobre valores y actitudes que, de formas diversas,  están integrados en los principios fundamentales de la educación, aunque no siempre se pongan en acción. En cambio, la referencia a un nuevo marco conceptual desde el cual elaborar una trama de temáticas científicas, filosóficas, culturales y ecológicas, representa una contribución muy valiosa y que, salvo raras excepciones, goza de absoluta desatención en nuestras aulas. ¿Quién se atreve a establecer en sus clases que todo conocimiento posee una dosis significativa de ceguera?  Si bien podríamos acordar que la ciencia no lo sabe todo y que cada descubrimiento nos inflige  cierto desánimo: se vuelven notorias las imprecisiones de cada campo de conocimiento a la vez que nos obliga a asumir que nuestra formación tiene fecha de caducidad cada vez más inminente. Sin embargo, hay una distancia entre una reflexión filosófica entre pares y admitirlo sin reparos frente a los estudiantes. También es un desafío enfrentar las incertidumbres, porque nos quita el legado que la modernidad puso sobre los hombros de quien enseña; y a la vez que perder esa carga nos alivia, también nos empequeñece el ego: tendremos poco para ofrecer si no salimos del paradigma de la racionalidad. Existo cuando pienso, pero también cuando siento y cuando sueño.

La escuela no puede planificar el futuro y las nuevas generaciones lo saben o lo intuyen. Los adultos no deberíamos ser un obstáculo para una reformulación profunda y honesta de la educación. Y aprovechar a Morin, puede ser una táctica auspiciosa.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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