La formación docente no es un consumo cultural. No debería resumirse a la mera acumulación de certificados, como si se tratara de una experiencia que sólo tiene valor en tanto cantidad. Es muy frecuente recibir múltiples notificaciones de cursos sobre cualquier temática educativa. Y aún más notable resultan las denominaciones, ya que suelen ofrecer soluciones a graves problemas en poco tiempo. En menos de dos meses es posible saber sobre neurociencias, empatía, gamificación, narrativa transmedia, evaluación, gestión educativa, tutoría virtual, educación híbrida, y por supuesto, también sobre robótica, inteligencia artificial y Metaverso. Debemos consignar, al menos, dos aspectos importantes: por un lado la cantidad de temas que se espera que domine un docente para estar actualizado, ¿a cuál otra profesión se le exige tanto?; y por el otro lado, el engaño al que nos sometemos. ¿O alguien realmente supone que en ese lapso se podrán adquirir las competencias necesarias? Incluso podríamos considerar que ese impulso hacia la brevedad resulta pernicioso porque nos somete a una lógica de estudio que bien sabemos que no trae consigo buenas prácticas. La brevedad de una propuesta impide que se pueda ejercer una reflexión profunda respeto a los contenidos, y eso no constituye una novedad. Sin embargo, optamos por las capacitaciones-atajos, para llegar lo más pronto posible al final y estar en disposición para una nueva inscripción. Comprendo que los tiempos son escasos y que la puntuación conforma un insidioso régimen que con su impronta cuantitativa, exige insertarse en ese círculo de pauperización del conocimiento. Es una pena advertir que, en la búsqueda de la matrícula, colegas sea capaces de prometer soluciones que no pueden construirse de ese modo, ni con la brevedad estipulada. No nos tratamos bien, quizás porque cuando adoptamos el rol de comerciantes o de empresarios, vamos dejando atrás el sentido de nuestra profesión. Los negocios y la búsqueda de una sociedad mejor no resultan tan compatibles, ¿no es cierto?
Otro aspecto a considerar es la trayectoria implícita en los diseños instruccionales de las capacitaciones, porque en su mayoría permiten una participación individualista que se sintetiza a la mínima expresión posible: ingresar a la plataforma para resolver las tareas, sin involucrarse más que en un ocasional foro de presentación. Así se equiparan tres nociones que resultan legítimas (actualización, calidad educativa e innovación contextualizada), pero que se consuman de forma adulterada: quien se desempeña así tiene una noción edulcorada del compromiso por la formación docente, coleccionar diplomas no significa poseer más experiencias que contribuyan a solidificar un posicionamiento crítico e innovador del docente y que los aprendizajes se trasladan al aula con creatividad.
La necesidad de convertirnos en actores sociales significativos para contribuir a una sociedad mejor no debería servir para que nos estafemos entre nosotros. No deja de resultar paradójico que siendo profesionales de la educación, caigamos en la trampa del conocimiento fácil, rápido y en soledad. Para eso están las plataformas de videos y las redes sociales. Los docentes necesitamos mucho más.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social