LA IMPRENTA INVENTO LA ESCUELA: ¿ALGUIEN SABE QUÉ ESTÁ CREANDO INTERNET? – Luis Sujatovich

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La invención de la imprenta supuso un cambio sustancial en la cultura de Occidente: inauguró la subjetividad individual. Hasta entonces, los textos estaban anclados en ritos que cancelaban todo sentido que no fuera el consagrado. El clero, las monarquías y el feudalismo buscaban asegurar sus privilegios a partir de la imposición de su interpretación. Un texto decía lo que ellos imponían, lo demás era herejía. Es sencillo comprender cuánto significó la ruptura de ese orden: la razón individual comenzó a tener importancia y con ella se abrió paso la Modernidad. Y con ella surgió, como todos sabemos, la escuela. Para advertir la profunda transformación que supuso para la sociedad basta recordar bajo cuáles condiciones se formaba a la juventud: quienes podían accedían a algún tipo de tutor o institutriz y el resto moría en la ignorancia más supina. La imprenta, por lo tanto, también fue condición de posibilidad de la educación general. Y no se trata de reducir su importancia al libro, como un objeto fetiche, sino de ahondar el análisis en torno a la configuración de una relación inaugural con las ideas, que derivó en la construcción de un pacto social y político en casi todos los países. La realeza persiste en unos pocos Estados y su poder no es el que ostentaba en el siglo XV, aunque con las religiones no sucede lo mismo.

Este breve repaso no es un fin en sí mismo, sino que nos permite examinar nuestra época con el mismo procedimiento: ¿cuánto hemos cambiado desde la irrupción de Internet? Es difícil hallar una respuesta precisa, porque aún estamos involucrados en sus consecuencias, todavía somos el resultado de las postrimerías de una era y algo extranjeros de la contemporánea. Sin embargo, nuestra situación intermedia nos habilita a reconocer que si bien  no estamos seguros de casi nada, nos queda, al menos, una certeza: estamos asistiendo a una revolución tan potente como aquella que suscitó el paso de la Edad Media a la Modernidad. Y en consecuencia, como docentes nos queda asumir la perplejidad. Estamos convencidos que las nuevas generaciones no encajan en las estrechas dimensiones que compartimentan las escuelas, los horarios, los programas, pero como si fuéramos hablantes de una lengua en extinción no sabemos cómo comportarnos. Si nos aferramos a nuestras expectativas recuperamos algo de calma, pero se nos hacen invisibles los estudiantes: no existen  si no aciertan a adecuarse a nuestras limitaciones. Y si abrazamos la incertidumbre y perdemos el orgullo, no podemos reconocer cuál es nuestro lugar en el aula (es tanta nuestra indigencia que ni siquiera sabemos denominar a un espacio de enseñanza y aprendizaje de otra forma) y entonces imaginamos que no hacemos falta. Ningún extremo resulta útil, ni ceñirnos al pizarrón,  ni ceder nuestro lugar a un software.  Frente al futuro estamos ante la misma intemperie que los estudiantes, pero tenemos una módica ventaja: sabemos que no sabemos. Si somos capaces de acallar nuestra vanidad, tendremos oportunidad de colaborar en algo. De lo contrario, seremos cada vez más obsoletos.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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