La innovación educativa no se logra con inventos – Luis Sujatovich

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La proliferación de conferencias y libros acerca de la innovación educativa invita a pensar que
las soluciones abundan y que bastarían algunas acciones bien delimitadas para avanzar en un
proceso exitoso. En algunos casos, es preciso mencionarlo, están crenado un nuevo género
que podría denominarse autoayuda escolar o la innovación para el autoconocimiento. Hay
tanta insistencia en las emociones, en la vinculación “sana” y en la búsqueda de crear espacios
confortables que las dimensiones pedagógicas quedan reducidas a su mínima expresión, lo
cual significa que no pueden salirse de los estrechos límites del sentido común.

La innovación no es un texto, ni tampoco puede surgir de una investigación. Menos aún, por
supuesto, de una simple renovación de las rutinas. Al respecto, Cros y Adamczewski (1996)
proponen una distinción entre invención e innovación. Sostienen que inventar supone la
creación de algo nuevo (digamos que no se apartan de su sentido semántico), sin embargo,
innovar exige que esas creaciones posean un reconocimiento social, una legitimidad en el
campo educativo para que sean consideradas como valiosas para su implementación.

Los autores ponen en tensión la creencia de que basta con la creatividad para desarrollar una
propuesta de innovación, de la idea a su concreción hay un largo trecho, no es lo mismo
imaginar una red social que desarrollar Facebook. Y aún más complejo es, sostienen, que sea
validado. Es decir, que quienes están involucrados como docentes, directivos, investigadores,
reconozcan su importancia. De acuerdo con esta formulación teórica, dar cuenta de una idea
no constituye una innovación, porque es indispensable que se pueda concretar y que sus
resultados sean tan positivos que suscite una opinión favorable que exceda a quienes han
protagonizado la experiencia.

Esta elucidación nos sirve como un filtro doble para evaluar las tan promocionadas fórmulas
del éxito educativo, la innovación y el uso de las tecnologías, para todos los niveles, contextos
y modalidades, porque si se trata de publicidad, hay que reconocer que el mercado educativo
no escatima en esfuerzos discursivos, ¿no es cierto? La distancia que se advierte entre las
proposiciones que abundan en los medios digitales y las reflexiones teóricas sustentadas
debería ayudarnos a no caer en decepciones.

Se podrían ensayar, adaptando los los tres filtros Socráticos, unas interrogaciones para
reconocer los sustentos, procedencia y méritos de cualquier propuesta: ¿Cuál es la trayectoria
que avala la novedad que se ofrece como una solución?, ¿además de los sujetos involucrados, hay otras experiencias que puedan sustentar sus formulaciones?, ¿quienes consideran que
debe validarse esa estrategia? Si una propuesta nunca ha sido desarrollada significa que es una
mera especulación, o acaso una hipótesis, pero nada más. Por lo tanto, sin datos objetivos, sin
protagonistas y sin reconocimiento, no debería considerarse un aporte a la innovación sino,
apenas, una primera aproximación a una invención, algo así como un borrador que quizás
logre consolidarse en una idea válida o sólo sirva para avanzar en una dirección diferente en
otro tiempo.

Las consignas sensacionalistas se articulan con la ciencia del mismo modo que los inventos a la
innovación: cifran su valor en las formas y quedan ajenos al contenido.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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