El crecimiento de Internet y las múltiples formas de vinculación que permiten los dispositivos digitales han generado, en muy pocos años, la convergencia digital. Y ésta a su vez, ha propiciado un nuevo comportamiento de las audiencias. No sólo migran a buscar los contenidos que desean en los momentos que consideran oportunos, tal y como lo refiere Jenkins, sino que también han descubierto que pueden salir del rol de quienes sólo observan/oyen/asisten para convertirse en actores que interpretan, completan, recrean y continúan las historias que les fascinan. La emergencia de nuevas subjetividades junto con diferentes formas de expresión, constituyen dos componentes claves para comprender el nuevo escenario cultural que traen consigo las nuevas generaciones.
¿Y qué relación tienen las prácticas comunicacionales que se vinculan en la red con la educación? Se podrían mencionar, al menos, tres. La primera, acaso la más conocida, se liga con las potencialidades didácticas que ofrece para trabajar un contenido curricular. Si se crean las condiciones para que los estudiantes puedan elaborar piezas diferentes (videos, audios, historietas, memes, etc.) es muy probable que se impliquen de una manera más comprometida. Además, como un derivado de esa apertura, se debe consignar que el docente podría correrse del centro del proceso y convertirse en un guía-mediador para favorecer la gestión grupal de la actividad. Por último, pero no menos importante, se homologarían nuevas formas discursivas que no se ajustarían al rígido esquema racional del texto escrito, con su secuencia lineal.
En consecuencia, la narrativa transmedia no debería considerarse sólo un ejercicio de renovación didáctica, una simple estrategia para involucrar a los alumnos para que se interesen en las tareas escolares. Acaso esa sea la primera instancia, ya que si convalidamos sus habilidades narrativas (que surgen gracias a sus habilidades procedimentales con los dispositivos digitales y a nuevos posicionamientos respecto de su relación con los medios) y les ofrecemos las condiciones para que adquieran un carácter reflexivo, pero sin juzgar sus opiniones, estaríamos cerca de iniciar una lenta pero sostenida reformulación del proceso de enseñanza y aprendizaje. Si cada experiencia tiene valor al igual que el modo en que se expresa, la ambición de diseñar un ambiente de aprendizaje dinámico, horizontal y creativo no quedaría tan lejos.
Se trata entonces de ahondar en la apropiación de los cambios que están sucediendo (desde hace más de una década) en la sociedad digital. En la medida en que las aulas puedan transformarse en espacios en los cuales los estudiantes puedan usar su imaginación – pero no para fugarse mientras toleran un largo discurso adormecedor – se les reconozcan méritos a sus saberes y el docente tenga la humildad de aceptar que no sabe, quizás aparezcan indicios que permitan suponer que la distancia entre la escuela y los hábitos de consumos culturales contemporáneos tienda a reducirse. Me atrevo a pensar que el principal obstáculo no es didáctico, sino pedagógico. Quizás por eso aún resulta tan difícil: no es lo mismo enseñar de otra forma, que dejar que los estudiantes también enseñen.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social