Mario Oporto: “Hay que adoctrinar en la democracia, en la libertad y en la justicia social”

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En una extensa entrevista, el ex ministro de Educación bonaerense y actual docente universitario habla de la coyuntura educativa actual, la formación docente, la IA y el celular en las aulas, el rol de la escuela en la sociedad y la importancia de formar ciudadanos que conozcan su historia.  

Nota: Viviana Fulleringer

Fotos: Candela Mazas 

Mario Oporto nació en la Ciudad de Buenos Aires, en el mítico barrio de Flores y siendo muy joven se mudó al conurbano bonaerense. Empezó a interesarse por la política desde la escuela secundaria, en donde ya simpatizaba con el peronismo. Hijo de una familia de clase media, un papá socialista y un abuelo radical, ambos antiperonistas, en la mesa de los Oporto siempre se hablaba de política. 

Estudió el profesorado de historia a principios de la década del 70, enmarcada por el clima político que preparó el regreso de Juan Domingo Perón. Se recibió de profesor en 1976, el mismo año en el que en Argentina se iniciaba la dictadura cívico militar más violenta de nuestra historia. Desde aquel momento, enseña. Y también milita en el peronismo. Fue presidente del PJ de Morón, lugar en donde vivió muchos años. Fue Ministro de Educación (Director general de C y E) de la provincia de Buenos Aires durante ocho años, diputado nacional, jefe de gabinete de la Provincia, secretario general del Consejo Federal de Educación y subsecretario de Relaciones Internacionales. Hoy se sigue dedicando a la docencia. Da clases de Historia Latinoamericana en las universidades nacionales de La Plata y Lanús, en grado, especialización y doctorado. Y también dicta un seminario en la Universidad de Cuzco, Perú. 

En una charla profunda, compartió con La Gaceta Educativa su mirada sobre la escuela y su transformación, sobre el rol del docente y su formación, y también habló acerca del contexto político actual nacional y mundial, y de la importancia de conocer la historia para saber hacia dónde vamos como nación.  

P – ¿Qué es educar? 

R – Es difícil porque son muchas cosas. Por un lado, una pasión. Es lo que mejor hago: dar clase. Educar es compartir con los alumnos lo que uno sabe y aprendió, ¿no? Hay una frase de Richard Bach, en Juan Salvador Gaviota, que dice “compartir con otros lo que uno ama”, Eso es educar para mí. Yo educo en un área como es la historia, y aveces pienso que me gustan cosas que no le gustan a nadie o me interesan cosas que no sé si le interesan a la mayoría de la gente, pero a mí me hace bien irme al siglo XIX (diecinueve) de vez en cuando. 

No concibo ninguna actividad intelectual si no la vinculo con dar clase, sino la vinculo con compartir. Leo una novela y subrayo lo que puedo decir en clase. Leo otros libros más específicos, ensayos, veo un diálogo de una película o leo un poema, y  lo tomo como elemento para dar clase. A veces pienso, si no daría más clase ¿ me seguiría entusiasmando la lectura como me entusiasma hoy? 

Hay una frase de Borges que me gusta para definir la educación. Y me parece maravillosa: él dice, bueno, la verdad es que yo no enseñé veinte años literatura inglesa. Lo que enseñé es a entusiasmar a que lean algún libro de literatura inglesa o a que se entusiasmen con algún autor. Para mí, educar es entusiasmar. Y lo último: educar es como hacer política, es tener ojos en el futuro. Quien no cree en el futuro, quien no tiene esperanza, quien es escéptico, quien es pesimista, que no se dedique a enseñar.

P- La escuela argentina como institución ¿tiene que cambiar? ¿Y en qué?

R – Sí, no tengo ninguna duda. Hay que hacer una revolución educativa. En términos de llevar las cosas a un lugar distinto al que estaban antes, ¿no? A la educación yo la pienso hoy como un espacio de inmensa necesidad transformadora. Hay que transformar la educación, no reformar. Hay una gran diferencia. Tenemos una tendencia a la reforma educativa, y yo creo que es necesaria una transformación educativa. Una institución creada en el siglo XIX (diecinueve) es muy difícil que pueda dar respuestas al siglo XXI (veintiuno). No significa que todas las escuelas o todas las aulas sean idénticas a las del siglo XIX, pero hay muchas que todavía sí. Y muchas concepciones de la educación también. Si no innovamos, si no hacemos cambios institucionales profundos, si creemos que con la misma escuela vamos a poder transformar la educación sin transformar la institución, vamos hacia un fracaso. Fundamentalmente, ese espacio de la educación que está mirado desde hace tanto tiempo, que es la educación secundaria. Y ojo, fui ministro ocho años, me incluyo en esta crítica. 

Hubo una decisión extraordinaria de nuestra generación, de crear el secundario obligatorio. La educación primaria obligatoria, planteada por la generación de Sarmiento, tardó sesenta, ochenta años en alcanzar una cobertura total. El secundario obligatorio fue una decisión tremenda comparable con aquella. Es decir, todos los adolescentes tienen que ir a la escuela secundaria. ¡Mucho más difícil a esa edad! Porque en lugar de la familia, aparece la obligación del Estado de poder darle una oportunidad al adolescente para retenerlo en la escuela. Por eso fue una decisión extraordinaria, de esas que hacen como un clic en la historia. La pregunta es ¿lo queremos hacer con la misma institución, el mismo formato y las mismas características de cuando era una secundaria selectiva? 

Hay un viejo libro de la década del setenta, del siglo pasado, que se llamaba Cartas a una profesora, y empezaba así: “Tal vez usted no se acuerde de mí, expulsó a tantos”. Aquella era una escuela que en nombre de la excelencia, expulsaba. Y la expulsión era responsabilidad del que había fracasado, ¿no? En 2006, nosotros cambiábamos diametralmente eso y a la vez, conservamos el mismo esquema institucional.

Entonces, yo creo que hay que cambiar profundamente, la mirada institucional de la educación y el gobierno del sistema educativo. 

P- ¿Qué pasa con la formación del docente? Porque imagino que si hay que cambiar una institución, también hay que darle otras herramientas a los docentes ¿También se quedó en el tiempo? ¿Qué pensás de eso?

R – En primer lugar, la formación docente es el núcleo estratégico de cualquier proyecto educativo. Sin buenos docentes no es posible una transformación educativa: Y docentes que tengan las condiciones materiales concretas para poder ser buenos docentes y dar clases. Porque también cuando una profesión está bien paga, da perspectivas de desarrollo y te da perspectivas de crecimiento material, espiritual y de realización, tienen mejores vocaciones. 

Cuando una profesión no da ese horizonte, las vocaciones se achican. Muchas veces he estado frente de un auditorio repleto de empresarios, que hacen críticas a la educación y son muy duros. Dicen que hay que cambiar, y cuando yo digo: “levante la mano quién fomentó que su hijo sea docente”, no la levanta nadie. ¿No? Entonces, ahí hay un tema  bien concreto, material. Y otro tema es el de recuperar el amor al conocimiento. Hoy hay vías muy distintas para llegar al conocimiento, ya no lo monopoliza la escuela eso. Hay un acceso desde otros lugares, claramente. El eje de la formación docente tiene que ser la cultura general. Alguien que que no ama la cultura, que no puede mirar el mundo, que no puede salir de la de la endogamia educativa, que hace de su profesión una burocracia rutinaria y aburrida, o un empleo público rutinario y aburrido, se estanca. Y lo digo con mucho respeto, pero eso se refleja en el aula. 

También hay muchos que tienen que trabajar en tres turnos para poder llegar a un salario muy magro, y eso es muy dificultoso. Creo que para revolucionar la formación docente, tenemos que saber qué docentes queremos, para qué escuela, para qué sociedad. 

P- ¿En qué momento cambió la escuela pública argentina y dejó de ser ese espacio en donde convivían la diversidad social y cultural?

R – Hay una pregunta que recorre a América Latina. Es la pregunta que se hace Mario Vargas Llosa en Conversaciones en la Catedral, cuando dice “¿se jodió el Perú?”, ¿no? ¿Cuándo se jodió la educación argentina? Y bueno, la pregunta sería ¿cuándo se jodió la Argentina? En los setenta se quiebra la sociedad argentina y la educación entra en ello, pero además de eso, es un tema regional también. 

Yo que fui ministro en la crisis del 2001, siempre pensé que en un momento en donde todas las instituciones de la Argentina burguesa se destruían, se cerraban los bancos, la gente se quedaba sin sus ahorros, el parlamento no daba respuesta, las industrias cerraban, la política fracasaba, la Iglesia no lograba construir un diálogo social efectivo… Cuando todo se derrumbaba, la escuela seguía dando clases. Y en ella todavía se encontraban los desiguales. Y cuando terminó la crisis, miramos a la escuela con sorna y con un balance injusto, es decir: “es un comedero”. Y la escuela había enseñado con límites, con resultados, capaz que no los más deseados, y había dado de comer porque era la institución más confiable. Un lugar de contención. Entonces, me parece que la escuela fue la institución más seria, a pesar de sus límites.  

Cuando me dicen que en las escuelas del conurbano hay crisis de la educación, yo diría: hay una crisis del conurbano. Dentro de la escuela, a la mayoría de los chicos del conurbano pobre, le pasan cosas mejores que afuera. Dentro de la escuela los tratan mejor, hay menos violencia. Dentro de la escuela comen, dentro de la escuela hay canillas que funcionan, baños que funcionan, a pesar de todas las dificultades de infraestructura. Y ahí están cuatro horas y después, el resto, están en situaciones extremadamente más dificultosas. Y, por otro lado, de entre aquellos chicos siempre salen camadas de chicos brillantes, de chicos interesados, de chicos que hacen buenas cosas. 

P – La provincialización de las escuelas que se hizo en los ‘90 ¿afectó la calidad educativa? 

R. Es un tema que a mí me gustaría discutir mucho y estudiarlo. Porque era un reclamo también de las provincias. Y el mandato de la Constitución del ´53, en el caso del nivel primario.

El tema es cuando se descentraliza sin recursos. Para descentralizar con éxito, uno tiene que tener tres cualidades: confiar en las instituciones hacia las que descentraliza, centralizar con recursos -porque si uno no descentraliza con recursos, lo que centraliza son problemas-. Y la tercera es un tema más de filosofía política, si es que uno cree en el reparto del poder o no cree en el reparto del poder. Los que creen en acumular no descentralizan, los que creemos que hay que repartir la riqueza y hay que repartir el poder, descentralizamos. Para eso hay que fortalecer el Consejo Federal de Educación, hay que fortalecer el gobierno nacional de la educación, un gobierno que planifique, que pueda controlar, que pueda ayudar a equilibrar desequilibrios.

Me pregunto si ese pasado brillante de la escuela pública argentina existió o nos lo estamos inventando. Romantizando esa escuela. Se dice “aquella escuela que formó Premios Nobel” y yo digo, sí, y también formó tres dictadores, una escuela que no pudo sostener la democracia. Y formó a Leloir y también a Videla. 

Para ser un poco más justos, tenemos que pensar también en la masividad. Porque con ella, entran todas las contradicciones a las que antes se les ponía una barrera con exámenes de ingreso, con una serie de trabas, que dejaban a muchos afuera. 

Nosotros cambiamos la idea y dijimos: que ingresen todos. Bueno, cuando ingresan todos, ingresan los más desposeídos, ¿no? Entonces, esa escuela secundaria donde se encontraba el hijo del médico con el hijo del obrero, era una escuela secundaria a la que iba el cincuenta por ciento de los adolescentes. El otro cincuenta por ciento, que era distinto al hijo del doctor, iba a otros lugares de la sociedad. Entonces, me parece que a veces esa comparación no es tan válida. 

P- Hay una gran discusión sobre el uso de celulares en la escuela y de la IA también. ¿Qué opinás de esto?

Sé poco de inteligencia artificial y estoy totalmente entusiasmado en saber. En general, a mí la historia me enseñó a que no me tengo que enojar con los cambios tecnológicos. Porque aparte es como querer frenar una ola en el mar. Va a ser mucho voluntarismo y esa ola va a pasar. Siempre hay miedo al cambio y a lo largo de todas las revoluciones tecnológicas que en general llamamos industriales, porque cambian también los modos de producir, se genera siempre el miedo a la desocupación, siempre el miedo a perder algunos privilegios. El miedo a que desaparezca el mundo tal como lo conocimos. Si ahora hay inteligencia artificial que resuelve muchas cosas, bueno, tenemos que replantearnos la educación con la inteligencia artificial, no desde la anti-inteligencia artificial. Y así con otros cambios tecnológicos que vendrán abrumadoramente. O sea, la escuela tiene que plantearse, no ir corriendo atrás de eso, porque no llegamos nunca. 

El aula es un lugar de trabajo y, por lo tanto, acá venimos a trabajar. Y venimos a trabajar con un objetivo. Entonces, nada que desvíe ese objetivo es válido. Yo restringiría al máximo el uso del celular en la escuela, salvo que sea un instrumento que yo necesito ese día para mi objetivo de aprendizaje. 

P – Los resultados de las pruebas Aprender y de las pruebas Pisa, en las que también se evidencia un desmedro en la calidad del aprendizaje ¿sirven para mejorar? 

R- Que yo crea o sospeche que son pruebas enlatadas, hechas para un sector de la humanidad, que no valoran objetivos educativos que nosotros sí valoramos, que están hechos para los medios, que los medios las utilizan como un campeonato sensacionalista; no significa que sus resultados no deban ser tenidos en cuenta. Diagnosticamos, tenemos este problema, ¿por qué no trabajamos para mejorar lectura y escritura y matemática? ¿Es el único valor que queremos mejorar? No, de ninguna manera. Yo no quiero una escuela que enseñe a leer y escribir bien, y enseñe la matemática perfecto, y enseñe que las Malvinas no son argentinas. O que enseñe que yo no tengo que ser solidario con mi compatriota, con mi par, con mi vecino. Entonces, quiere decir, la mejor escuela, la de los mejores resultados en las pruebas puede enseñar a ser colonia. Entonces quiero que los alumnos aprendan lengua y matemática, y también otras habilidades para la grandeza de nuestra nación, para la soberanía. 

P- ¿Por qué en la escuela es importante aprender historia?

La escuela, la educación, tiene dos grandes objetivos, que requieren una sólida base de lectura, escritura y cálculo. Con ello, un alumno de la escuela secundaria, que termina la escuela obligatoria, tiene que ser formado en la contemporaneidad y en la historicidad.

Formado para vivir en el mundo que le ha tocado, en el mundo contemporáneo. No hay ninguna civilización, ningún pueblo, ninguna cultura que no educara a su población para vivir en la vida contemporánea. O sea, si eran pueblos guerreros, los enseñaban a guerrear, si eran comerciantes, los enseñaban a comerciar, y no les enseñaban para vivir en el siglo anterior, sino que los enseñaban para vivir en ese momento. Los alumnos deben poder insertarse en el mundo contemporáneo con las herramientas, la tecnología, la lógica científica, la lógica de pensamiento del mundo que habitan y entender qué está ocurriendo en ese mundo, me parece que es clave. 

El segundo tema es la historicidad, ¿qué significa? Que uno vive en el mundo contemporáneo a partir de una continuidad histórica. Esa continuidad histórica es la historia de la humanidad, pero también en la historia de su pueblo, Y eso, por lo menos, en esta etapa de lo que podríamos llamar los estados nacionales, implica también construir un relato, pertenecer. Creo que con esas dos miradas sumadas, tal vez a otros dos objetivos más: vivir en democracia – otro gran tema que debe plantear la escuela-, y el otro tema es la convivencia, el cómo vivir juntos. Forman parte de un esquema para cualquier sistema educativo. Que incluye cuidar la salud, que deriva en la educación física o desarrollar el espíritu, que deriva en el arte. Una formación integral, pero situada, porque uno se educa en un tiempo determinado y en un territorio determinado. 

P- El Estado se está retirando en Argentina de su responsabilidad en materia de educación. ¿Cómo ves esta coyuntura?

R – Es parte de una gran disputa a nivel mundial que hoy nos toca. Es una disputa de intereses que se trasluce en debates filosóficos que muchas veces se llaman batallas culturales. 

Son disputas políticas y son acerca de cómo organizamos la comunidad. La discusión es si la comunidad la organiza el mercado o la organizan los representantes del pueblo. Y, por lo tanto, su institucionalización, que es el Estado. Y esto último se llama democracia.

Por supuesto que hay un mercado pero no es el que debe organizar los intereses de una sociedad. Y la educación es un interés de la comunidad. La educación no es una mercancía, sino que es un derecho, y un derecho humano, y un derecho social, y eso lo garantiza el Estado, para que se acceda a ella de modo gratuito. 

Entonces, si creyéramos que es una mercancía, pondríamos esa mercancía en el mercado y se disputaría ahí, el que puede pagar entra y el que no, se queda afuera. Y hay algunos que dicen que se arregla con un voucher o con una beca. Nosotros creemos que es una tarea que tiene el Estado.

Creo que esa discusión se está dando a nivel mundial, porque hay un pensamiento globalizador que busca la desaparición del estado nación. Como está en discusión si el destino de la humanidad está en manos de las corporaciones o de los pueblos. Y quién se va a quedar con la mano de obra calificada y quién se va a quedar con la mano de obra no calificada o marginal. El destino del capitalismo implica todos estos debates, éste, por supuesto, hace a la escuela. 

P- Última pregunta, ¿qué podes decir a quienes señalan que en la escuela, cuando los profesores hablan de ciertos temas están adoctrinando? 

R – Cualquier persona que educa y que enseña, siempre está transmitiendo una doctrina. Un buen profesor o profesora, es el que enseña a pensar, que no abandona su posición, la explícita, pero que valora el pensamiento de otros y ayuda a los chicos a un debate que abarque más de una teoría o más de de un posicionamiento. 

No olvidemos que la historia de la educación argentina es una historia de adoctrinamiento. Si no, no hubiésemos cantado durante ciento cincuenta años el Himno a Sarmiento, ¿no? Hay una mala comprensión del término, digamos, en esta crítica. 

Uno tiene que enseñar desde la libertad y desde la explicación de varias posiciones frente a un tema, y eso no significa eludir el compromiso y no ser neutral, pero no imponer sus pensamientos sobre la posibilidad de ver otras explicaciones de un fenómeno. 

Cuando hacen esta acusación, de lo que están hablando es del cruce sucio o maligno entre la educación y la política. Y a mí me sorprende. La Constitución Argentina dice dos cosas muy claras: que la Argentina es una república representativa y federal, Y cuando habla de representatividad, dice que se hace a través de los partidos políticos. Por lo tanto, si hemos elegido organizar un país a través de la representatividad, que se organiza a través de los partidos políticos. ¿Cómo el partido político puede ser una mala palabra en la escuela?

Saber que hay gente, o un grupo de gente que piensa de una manera y otra gente que piensa de otra, le hace bien a la democracia. Hubo aquí hasta un decreto, una resolución en la época de María Eugenia Vidal, que prohibía a los partidos políticos utilizar espacios en escuelas fuera del horario escolar, con este argumento del adoctrinamiento. ¿Por qué la escuela tiene que cerrar sus puertas a los partidos políticos o a los sistemas de pensamiento o a las Iglesias? ¿Por qué los ponemos en el lugar de lo nefasto? Si son el lugar de la virtud para nuestra Constitución. 

A mí me parece que hay que adoctrinar en la democracia, en la libertad y en la justicia social. Y con una democracia intensa. Ese tiene que ser el objetivo. Intensificar la democracia en todos los ámbitos, para tener una sociedad de iguales, mucho más conviviente, en donde todos podamos mirar un mismo problema, un mismo objeto desde distintos ángulos. Para resolverlo, claro. Y discutir sobre eso. 

DESTACADO

Mario Oporto habita entre la política, la educación y la historia. Enseñó Historia Social de la Educación, Historiografía e historia argentina y latinoamericana. Sigue dando clases de historia latinoamericana. Y siempre, haciendo política. 

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