
La acelerada implementación de propuestas formativas en línea, frente a la crítica situación sanitaria, ha generado algunas dificultades que requieren ser evaluadas una vez que la contingencia finalice. Una de ellas, acaso la más urgente, está constituida por la labor docente. La impericia demostrada para comprender las dimensiones particulares de la modalidad conformó un obstáculo muy significativo para quienes tuvieron el privilegio de la conexión. El envío irrestricto de documentos, la sobreabundancia de tareas, actividades grupales (sin advertir que no siempre las condiciones eran propicias para esa dinámica) y las extensas clases sincrónicas (sostenidas bajo la premisa de muchas horas de exposición garantizan el aprendizaje) confluyeron para que los estudiantes de todos los niveles colapsaran. Además los repetidos correos electrónicos y el incesante intercambio en los grupos de WhatsApp, agobiaron a toda la comunidad educativa por igual.
Se podría postular que se trató de un problema epistemológico/ comunicacional: la preeminencia de la cantidad sobre la pertinencia, el contexto y la otredad, sostienen la educación en un paradigma que ha demostrado su caducidad pero que sigue vigente. La figura del docente que debe emplear todas sus fuerzas en transmitir información y en evaluarla quedó evidenciada no sólo en los recurrentes lamentos de estudiantes (e incluso profesores) acerca del agotamiento acumulado, sino también en las consultas que la mayoría de las y los docentes nos cursábamos: ¿cómo hacer para abordar todos los temas del programa y cómo evaluarlos? Se supuso que la tecnología digital era apenas un soporte eficiente que debía remediar, en la medida de lo posible, la distancia. La especificidad de su función garantizaba el resultado: si no se corta Internet, habrá cumplido con su servicio. Sin embargo, no se trata sólo de un medio ni de una herramienta: es un nuevo contexto, un ambiente que predispone de forma original, inédita, con una dinámica propia a quienes están involucrados. La red es un nuevo ámbito y por lo tanto, requiere reglas propias. De allí que ni siquiera la educación a distancia baste, tal como lo afirma Fabio Tarasow.
Sin embargo, para comenzar, sí sería muy útil que se revisaran los principios de la educación a distancia, ya que representaría un buen comienzo. De esa forma se podría pensar en la potencialidad de las actividades colaborativas a partir del empleo de aplicaciones específicas, de la utilización de videos (si son propios, mejor) para introducir contenidos, para demostrar procedimientos, para explicar relaciones, etc. Aclaración importante: no se propone que se cambien los materiales de enseñanza ni que se opten por algunas estrategias diferentes, para dar cuenta de las condiciones actuales. El desafío es más ambicioso. Así como los medios tradicionales saben que el receptor del siglo XX ya no volverá a ser el dominante, es indispensable asumir que el estudiante tampoco. Si persistimos apostando por las rutinas adquiridas y no somos capaces de advertir que las dinámicas de consumo, atención, reflexión y entretenimiento han cambiado, será imposible urdir colectivamente una propuesta que seduzca, interpele y contenga a las generaciones más jóvenes.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social