El dinero cuando entra al aula causa estupor – Luis Sujatovich

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La relación entre la educación superior y el mercado laboral nunca ha sido muy armoniosa, sin
embargo, las transformaciones tecnológicas contemporáneas están creando una situación
crítica que parece poner en riesgo el vínculo entre ambos. Las posturas más enfrentadas
suelen sostener, por un lado, que la educación no debe ajustarse a los designios de los
empresarios y que sólo debe preocuparse por lograr los objetivos que se plantea
desatendiendo cualquier imposición externa. Desde el lado opuesto, se insiste en la necesidad
de formar sujetos que puedan acoplarse a los trabajos del presente y del futuro, es decir, que
posean unas competencias de gestión del tiempo, organización y comunicación que no
siempre son abordadas en las carreras terciarias y universitarias.

Hay que reconocer que ninguna posee el monopolio de la verdad, como suele suceder. Es
válido reclamar soberanía sobre aquello que el sistema educativo decide y valora para que
desarrollen sus estudiantes, y también es atendible que existan inquietudes acerca de los
saberes que debe portar un egresado para cumplir determinadas labores. Hay, para ambas
posturas, casos extremos: desde licenciaturas que carecen de un ámbito laboral específico en
el que desempeñarse y otras que – bajo criterios de marketing – son capaces de ofertar cursos
breves con “salida laboral inmediata”. No se trata de formar un sujeto para que sea un
desocupado con título ni tampoco considerar que con una competencia bastará para
garantizar su empleabilidad. Ni la extrema teoría alejada del mundo del trabajo, ni un
trabajador con un saber técnico sin otro sustento que la eficiencia en su desempeño.

En las aulas de la universidad el dinero parece un invitado no deseado, es como un obstáculo
para el libre pensamiento, una forma mundana de recordarnos que afuera espera la realidad.
Esa actitud, que en ciencias sociales y humanas es tan frecuente que se aprende en el curso de
ingreso, impacta negativamente en la formación docente: pugnar por el sustento es un motivo
legítimo para sostener la condición de estudiante durante cuatro años, ¿por qué deberíamos
avergonzarnos? Tengamos en cuenta que esa presidencia acaba convirtiéndose en el origen
de la famosa expresión: “la docencia es una vocación”. Y con ella, cualquier sacrificio es poco. Y
todo reclamo es un abuso.

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Las ciencias fácticas, las carreras de economía, informática y derecho tienen esas cuestiones
muy resueltas: van por el beneficio económico que les deparará y nadie lo toma como una
afrenta. No está claro el motivo de esa conducta, pero deberíamos copiarla. Aunque nuestros ingresos jamás puedan competir, eso no significa que debamos legarle a las y los estudiantes la
costumbre de relegar los aspectos pecuniarios.
En cada clase deberíamos asumir que nadie es menos profesional por atender a sus finanzas. Y
una vez que nos hayamos convencido, será más sencillo reformular el debate entre las
responsabilidades que le competen a la educación en su relación con el trabajo. Sólo una
ínfima minoría puede estudiar por gusto, el resto estamos atravesados por necesidades y
anhelos de mejora simbólica y material. Aceptar nuestra condición es la primera acción para
discutirnos como profesionales y no como mercancías que tienen vergüenza de aceptarlo.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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