
La tesis produce más temor que cualquier examen. Es, en muchas ocasiones, la responsable de la baja tasa de graduados tanto en posgrados como en las licenciaturas. A pesar de la inclusión de talleres, trayectos de acompañamiento y tutorías, el problema parece no tener solución. Y en parte, es cierto. No se trata de disimular las fallas de formación que se acumulan durante años en unos pocos meses, ni tampoco se debería insistir en los formatos tradicionales, es decir en la producción textual académica. Hay otras formas de evidenciar la adquisición de conocimientos que suelen estar más cerca de las prácticas comunicacionales de los estudiantes y también de los docentes. No es casual que también haya falencias respecto a la dirección y a la evaluación: casi nadie lee una tesis si no es por trabajo. ¿Y quién escribe en ese género por placer?
La tesis se supone que conforma una tarea de síntesis de los contenidos más relevantes abordados en la carrera, a partir de un recorte temático y metodológico seleccionado por el tesista. Sin embargo, en la mayoría de las instituciones no existe una propuesta que guíe a cada estudiante durante todo el cursado para que no arribe a la instancia decisiva sin las competencias necesarias. Para cualquier evaluación hay múltiples instancias que conforman una parte significativa del recorrido formativo, pero para la tesis no hay más que un plazo breve, algunas sugerencias y, en el mejor de los casos, alguien con interés para coordinar su desarrollo.
Buscar un tema, construir los objetivos, diseñar un proyecto y lograr transformarlo en un texto cuantioso, prolijo y que nadie leerá en su totalidad es, al menos, un esfuerzo tan grande y a la vez una pérdida de tiempo. Si la persona no está interesada en continuar la carrera académica, recordará la experiencia sin entusiasmo, si es que logra culminarla. En las pocas ocasiones en que el deseo está puesto en continuar dentro de la universidad, es tan bajo el valor que se le otorga a la tesina que tampoco constituye un acontecimiento relevante. En posgrado es diferente, aunque las dificultades son las mismas. Sin embargo, es preciso destacarlo, la disparidad de criterios respecto a su utilidad se mantiene intacta: quienes la realizan pensando en un doctorado la afrontan de un modo muy distinto de quienes poseen un perfil más profesional. En consecuencia, la tesis necesita una profunda revisión para reconocer sus falencias y para dar cuenta de cuáles son las ventajas que le ofrece a los graduados, a los directores y a las instituciones educativas. No hace falta detenerse en mencionar en detalle que a la sociedad el aporte módico que le provee no amerita ninguna de las dificultades por las que debe transitar un estudiante.

La tesis es un fantasma que crece a medida que el fin de las cursadas se acerca. Y bien sabemos que con miedo no se aprende. O le quitamos la sábana o dejamos de frecuentarlo. Persistir en ponerse del lado del fantasma.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social