EL LUGAR DE LAS BIBLIOTECAS ESCOLARES

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La Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (1989) subraya el derecho innegable de cada niño y niña al desarrollo de todas sus potencialidades, al derecho de disponer abierta y gratuitamente de la información y la cultura escrita. Leer nos hace participantes de la sociedad del conocimiento, nos implica en la cultura letrada y nos guía hacia la apropiación de la palabra. En este sentido, somos los y las docentes y bibliotecarios/as quienes tenemos la responsabilidad y la obligación de generar espacios y oportunidades que habiliten el acceso a toda la diversidad de portadores de lectura. En este contexto, la biblioteca escolar tiene un papel fundamental ya que proporciona la información y las ideas que nos permiten desenvolvernos con éxito en la sociedad contemporánea.

Desde esta convicción, la biblioteca escolar es parte integrante del proceso educativo. Es un espacio en movimiento dentro de la escuela que atraviesa todas las áreas y ejes de acción del centro educativo. Debe constituirse como un espacio de fuerte espíritu social y cultural para lo cual tiene que dejar de ser y sentirse como un santuario del conocimiento y de acopio de libros.

En este sentido, creo fundamental incluir a la biblioteca escolar en el Proyecto Institucional y desarrollar un plan para este espacio. Este Proyecto debería ser situado (atendiendo las necesidades y problemáticas propias de la institución), integrado (abarcando proyectos integrados y multidisciplinarios) y público (para toda la comunidad educativa esté involucrada). Esto nos lleva a pensar que, abordar la problemática del lugar que ocupa la biblioteca dentro del sistema educativo, es abordar los itinerarios de la lectura en la escuela. Por eso, el Proyecto Institucional, el Proyecto de la Biblioteca y el Plan Lector Institucional deben estar en sintonía, completarse y conjugarse.

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La biblioteca escolar tiene que pensarse como un escenario donde circule la palabra; una palabra que, como dice Graciela Montes, “nos posibilite transformar realidades, despertar el sentido crítico, la participación ciudadana, la capacidad de decisión” (1990). Pero… ¿para qué leer en un mundo visual, donde la imagen y no las palabras, son protagonistas?

Desde hace años existen políticas públicas, investigaciones, propuestas comunitarias, talleres de lectura, etc. que han permeado durante generaciones para lograr un país de lectores. Y a pesar de eso, solo un pequeño porcentaje de la población es lectora activa. ¿Por qué no son suficientes las políticas educativas y culturales para fortalecer los lazos entre la comunidad y la cultura escrita?

La lectura y la escritura ha sido sacudida por la cultura digital. El sistema dominante pondera el consumo digital. Y las bibliotecas de todo tipo tienen la opción de reinventarse o de quedarse atrás; de cambiar de perspectiva o de perpetuar el acceso a la cultura letrada solo para las elites. ¿Cómo incorporar esa cultura digital a su organización de forma crítica para que la biblioteca no sea un espacio más donde el mercado haya penetrado?

En este punto, la biblioteca escolar puede enfocarse en algunos aspectos. ¿Con qué recursos humanos, económicos, políticos? Con los mínimos.

Por un lado, el contacto gozoso, amigable y placentero de los niños, las niñas y los/as adolescentes con la literatura. Es responsabilidad de la escuela ofrecer tiempo y motivaciones para formar en cada alumno/a un lector autónomo, que, por fuera del ámbito escolar, opte voluntariamente por leer cuando podría hacer otras cosas.

Además, facilitar el acceso a la información, al conocimiento y los recursos que circulan en la sociedad del conocimiento. La biblioteca escolar debe ayudar a conectar con ideas, experiencias y opiniones de otros/as, colaborar con la búsqueda de información segura y pertinente, discernir entre el mar de información en la web y formar a los/as alumnos/as sobre las herramientas asociadas a la investigación.

Por otro lado, la biblioteca escolar es también un espacio social, que favorece el encuentro con otros, otras, otres sujetos e instituciones. Son espacios creativos para el aprendizaje individual y colectivo de todos los y las integrantes de la institución. Lejos de ser un escenario rígido, su función es favorecer la participación y la innovación, un momento para hacerse preguntas, para la imaginación y para crear ideas.

Todo esto, solo puede ser posible gracias al trabajo del/a bibliotecario/a. El docente bibliotecario/a debe ser mediador, intermediario que tiende puentes y abre puertas hacia nuevos mundos.

Me gustaría finalizar con una cita de la poeta mexicana Mariana Bernández: “Quien lee busca aclararse, saber de dónde viene, cómo es el mundo y cómo, en su forma de habitarlo, logra un vínculo cierto e íntimo que burla la muerte o el caer de los minutos… La palabra escrita permanece, la palabra leída se guarda dentro del cuerpo como un ser activo, que nos sostiene en los momentos de alto desaliento o en la experiencia límite que es el simple diario vivir. La palabra se consume en quien la consume…” (Bernández, 2003, p.127)

Lucía Sobrino Sarriés. Profesora en Educación Primaria y Bibliotecaria Auxiliar

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