LA ALFABETIZACIÓN MEDIÁTICA DEBE INCLUIR LAS EMOCIONES – Luis Sujatovich

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La alfabetización mediática constituye un campo de conocimientos, prácticas y competencias que está en pleno auge, tanto por la expansión de Internet y los dispositivos tecnológicos como por la extensa cuarentena que tanto afecta a la educación. La transformación de la escuela en una aplicación, puso de relieve la necesidad de articular infraestructura con competencias digitales sólidas por parte del docente para orientar con solvencia a los estudiantes.

Numerosos teóricos de la educación y de la comunicación han insistido en la pertinencia de aplicar en las propuestas formativas los saberes producidos al interior de su campo de conocimiento. Es uno de los temas más abordados en las capacitaciones (basta con recorrer la red) y también goza de un reconocimiento que ha permitido que muchos comunicadores sean invitados a congresos d educación y se los cite en los textos académicos relacionados con la formación docente. La importancia que tiene en la sociedad los medios de comunicación ha encontrado su correlato en la educación, como no había sucedido hasta ahora.

Sin embargo, es preciso destacar que en la mayoría de las propuestas para abordar la relación de los medios de comunicación con la sociedad se hace un fuerte hincapié en la dimensión racional, poniendo en evidencia que sólo se analiza desde el plano consciente. Es decir, se ofrecen interrogantes para reflexionar sobre los consumos culturales sin hacer otra referencia que a la razón. No se trata de negar su importancia, pero tampoco se puede asumir una interpretación relegando todo aquello que no sea una operación intelectual.  La pregunta sería si no resulta un error reducir al sujeto a su faceta racional, y sobre todo, en su vínculo con las pantallas. 

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Al respecto Joan Ferrés i Prats, en su libro “Las pantallas y el cerebro emocional” (2014) La competencia mediática, estrechamente vinculada a la competencia emocional, comporta, pues, ante todo, la capacidad de detectar aquellas asociaciones que van ligadas a las emociones generadas por las pantallas. En segundo lugar, la capacidad de evaluar si estas asociaciones son útiles o inútiles y si se adecuan o no a la realidad. Y, finalmente, la capacidad de desaprender aquéllas que son inútiles o falsas. Desaprenderlas no sólo desde el punto de vista cognitivo. También, y sobre todo, desde el emocional, desde el actitudinal”.

No se trata, por supuesto, de recurrir a las emociones sólo como una estrategia para hacer más atractivos los contenidos, sino que consiste en un posicionamiento que permite comprender desde otra perspectiva la frecuente y profunda relación contemporánea entre la sociedad y las pantallas. En realidad, más que un descubrimiento es un sinceramiento: la fascinación que los medios generan en cada uno de nosotros no se remite a los dominios de la razón, como sucede con el miedo, los prejuicios, los deseos, las frustraciones, etc. ¿Resulta provechoso dialogar sobre las relaciones y conflictos que se suscitan en las redes sociales apelando sólo a motivos racionales? Si así fuera, ya estaríamos todos esclarecidos. Y en consecuencia, paulatinamente iría perdiendo relevancia. Y bien sabemos que es todo lo contrario.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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