
La educación informal no es, precisamente, un ámbito valorado por quienes se dedican a
investigar y a producir teorías. Es, en muchos casos, apenas un mero ejemplo de los
antecedentes de la educación formal. Incluso, en algunos profesorados, se la incluye como una
asignatura que tiene un marcado perfil de ayuda social. Dedicarse a esa actividad sería una
suerte de inmersión educativa en el trabajo social, poniendo mucho más énfasis en el
compromiso que en un método científico, o al menos que responda a un marco conceptual
profundo.
Sin embargo, si admitimos que no es el único modo de abordarla, podemos incluir casi todas
las acciones culturales que desarrollamos a diario, exceptuando aquellas que sí responden a un
marco institucional, por ejemplo, cuando se aprende un idioma o se ejercita un deporte. Por
eso el aprendizaje a lo largo de la vida no es algo nuevo, sino un modo de expresar la relación
estrecha entre la vida de un sujeto y el aprendizaje: no hay uno sin otro. El problema, es
quizás, que no todos los aprendizajes son evaluados y poseen acreditación, entonces se los
considera de menor importancia. Durante muchos años esa distinción guardó una lógica con la
circulación del saber, porque se suponía que nadie podía saber aquello que sólo se decía en las
aulas, si no concurría. Desde la emergencia de Internet, esa formulación tiene cada vez menos
poder.
Las múltiples posibilidades que permite explorar la red para aprender supera cualquier
currícula, permite todo clase de prácticas y no necesita diplomas: el éxito se mide por la
capacidad de resolver o diseñar algo, sin la asistencia permanente de nadie. No es casualidad
que el modelo de competencias cobre relevancia en la educación universitaria, la innovación
no puede provenir de las aulas, sino de las acciones autodirigidas, impulsadas por el deseo y
que poseen una libertad que no puede igualarse en las instituciones: se ajusta a la rutina a
cada rutina y la experimentación y el consecuente error no se asumen como un peligro, sino
como una necesidad. Conectarse significa explorar, aún cuando sólo se mire un contenido hay
una construcción de sentido que opera más allá del rectángulo de la pantalla.
Las generaciones que crecieron viendo videos extensos en YouTube, hoy producen materiales
breves y muy creativos en TikToK. La producción colectiva no es una simple repetición,
también hay desplazamientos de sentido, géneros híbridos y formas novedosas de
comunicación que jamás se habrían podido producir en una escuela. ¿Cuánto tiempo le habría
tomado a la educación formal inventar los memes?

La educación informal tiene en los consumos culturales contemporáneos un ámbito dinámico,
multitudinario y en expansión que debería considerarse con mayor interés, no sólo para
comprender la construcción de subjetividad y los vínculos que establecen las nuevas
generaciones, sino también para advertir cómo puede complementar y enriquecer a la
formación tradicional. Ninguna innovación que entusiasme a las y los estudiantes podrá
realizarse desatendiendo los consumos culturales de cada época. Porque, aunque cueste
admitirlo, allí hay más oportunidades de vislumbrar el futuro, que en la mejor universidad.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social