LA ESCUELA NO TIENE LA RESPONSABILIDAD DE ALIMENTAR A LOS ALUMNOS – Luis Sujatovich

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La escuela no tiene la responsabilidad de alimentar a los alumnos. Es importante repetirlo porque, lleva tanto tiempo haciéndolo que parece razonable, como si se tratara de una tarea que debe cumplir para responder con solvencia a sus deberes. Sin embargo, no lo es. Se trata de un estado de excepción que, como suele suceder en nuestro país, puede durar décadas. Hay, en consecuencia, dos aspectos a considerar para sopesar debidamente las contradictorias demandas que la atraviesan: se le pide que contenga, integre y disminuya los fuertes impactos sociales, económicos y vinculares que afectan a un número cada vez mayor de niñas, niños y adolescentes; y a la vez que ofrezca una educación de calidad. ¿Es posible conciliar ambas? Cuando una institución educativa destina fondos, espacios, tiempo y esfuerzo en brindar desayunos, meriendas y lo que pueda, está al mismo tiempo, recortando otras posibilidades de despliegue pedagógico. Es evidente  que ante esta dicotomía se  prioricen las necesidades elementales, dado que los contextos en que ocurren no brindan ninguna colaboración. Por lo tanto, la escuela se transforma en una isla que difiere en gran medida de los tratos prodigados y de las posibilidades que se abren: un plato de comida, una taza con algo tibio y una calidez que no abunda. Además, en muchos casos no sólo es una isla, también es una de las pocas representaciones del Estado, acaso la única que se muestra afable, empática y comprometida sin otro fin que atenuar las graves consecuencias de las profundas desigualdades de nuestra sociedad.

Si resolvemos que la Escuela centre su atención en la reparación de las injusticias que atenazan a sectores postergados, habría que aceptar que la formación docente no resulta pertinente, dado que en la mayoría de los documentos curriculares las nociones en torno al trabajo social y a la asistencia no figuran como troncales. Además, no habría lugar para ninguna solicitud en torno a contenidos, competencias y desarrollo del pensamiento. O al menos, sólo como un subsidiario de otras ocupaciones. La función de la escuela, entonces, estaría saldada si brinda manutención, abrigo y un espacio para desplegar las voces de quienes sufren. Es mucho y tienen una relevancia que no es necesario mencionar, aunque difiere de los basamentos que la han estructurado durante el siglo XX.

La opción restante consiste en recuperar sus dimensiones pedagógicas, pero no es posible que pueda lograrlo en soledad. Si el Estado, en todos sus estamentos, junto a las ONG´s y a la población no se vuelven actores solidarios que permitan posar parte de las obligaciones que hoy recaen en la escuela en otros espacios, sin omitir que al Estado le caben más exigencias que a todos los demás, es muy poco probable que sea posible imaginar un futuro diferente. La recuperación de la escuela deviene en acción concreta cuando se vuelve norma que todos asistan con sus necesidades básicas satisfechas. Mientras eso no suceda, antes de señalar los defectos de la educación argentina, sería necesario revisar las condiciones materiales y simbólicas en las que trata de cumplir con su labor.

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Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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