
El nivel secundario es, sin dudas, el que está atravesando, desde hace décadas, una sostenida
decadencia y, en consecuencia, se vuelve una referencia repetida cada vez que se menciona la
crisis en la educación. Hay, ante esta situación, dos certezas: el nivel necesita trasformaciones
profundas y nuestra generación, es decir quienes estamos entre los 40 y los 50 años, no
seremos quienes las implementen. No estamos capacitados más que para el diagnóstico,
lamentablemente nuestra trayectoria formativa estuvo tan atravesada por las prácticas
tradicionales que no podemos imaginar la formación sin las instituciones que hoy existen. De
allí nuestras limitaciones.
El interés mínimo y errático que suscita en las y los adolescentes la escuela secundaria se
podría mitigar, hasta que se encuentre un modelo superador, con algunas modificaciones
relativas a la a la duración de las clases y la modalidad. ¿Quién no ha sentido que dos horas
resulta excesivo para sostener la atención de un grupo? Si pudiésemos revisar nuestro
desempeño de forma crítica y sin preocuparnos por los horarios, ¿alguien consideraría
necesario que las asignaturas deban ocupar tanto tiempo de cada jornada? Cabría preguntarse
quien ocupa dos horas seguidas en un mismo asunto con la misma concentración y obteniendo
resultados valiosos a mediano o a largo plazo.
La plena presencialidad también debería discutirse, ya que no sólo podría impactar
positivamente en la conformación del cronograma, sino también ofrecería una oportunidad
valiosa para incorporar estrategias didácticas como el aula invertida, extender el aula con las
tecnologías digitales y aprovechar la modalidad híbrida, para que la educación en línea no sea
una novedad en los estudios superiores. Por ejemplo, si durante los últimos tres años se
avanzara con una propuesta que no se resuma a la asistencia como única forma de relación
con los estudiantes, se habilitaría la posibilidad de un desarrollo transversal de las
competencias digitales.

Habría que considerar también las ventajas que reportaría para quienes decidan continuar sus
estudios ya que les permitiría aproximarse al rol de estudiante desde una perspectiva
diferente: asumiendo otras responsabilidades y reconociendo de qué manera debería
estructurarse una rutina que no se encuentre pautada unilateralmente por una institución.
Para quienes opten por trabajar una vez finalizado el secundario, no resultará ociosa la
experiencia, porque cada vez más empleos tienen una dimensión de sus tareas digitalizadas.
Es muy probable que esas iniciativas no tengan el éxito esperado y que sea necesario continuar
en la búsqueda de alternativas según el contexto y las necesidades, pero ante tan grave
situación nada parece peor que mantener la rutina. Al respecto, Tiramonti en su libro “El gran
simulacro” publicado en 2022, sostiene que: “la educación es un sistema que aparentemente
funciona: los chicos van a la escuela, reciben boletines, tienen vacaciones, pasan de un grado a
otro y hay una burocracia que también funciona en relación con ese sistema; pero cuando
vemos que es lo que está procesando ese sistema, nos encontramos con que no se puede ni
siquiera transferir a los chicos los rudimentos de la cultura ilustrada: los chicos no aprenden a
leer, a escribir, matemáticas, poco de ciencias. Es una máquina que funciona en el vacío,
porque no produce lo que debería o lo que produce está fallado”.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social