
La formación docente tiene un grave problema con la realidad de las aulas: supone que puede
abordarlas desde la teoría y reserva para los últimos años la práctica en contexto. La opción
por el mundo de las ideas y su fuerte solapamiento de las condiciones concretas del desarrollo
de la docencia, construyen un relato acerca de la actividad que, en muchas ocasiones, acaba
volviéndose un obstáculo para la continuidad académica de las y los estudiantes.
Quien haya trabajado en alguna carrera docente, sea en una universidad o en un instituto, ha
tenido la posibilidad de advertir el profundo mal entendido que se genera entre las
expectativas que poseen en el ingreso y las decepciones que se producen durante el trayecto
y, fundamentalmente, en las prácticas. Pero no se trata sólo de algunas experiencias dispersas
que podrían ofrecer un diagnóstico parcial y erróneo. Una investigación de la Universidad
Católica Argentina, señala que el 72% de las alumnas que ingresan al profesorado en
educación inicial lo hacen impulsadas por su “interés en las niñas y niños”. Resulta muy
significativo que el anhelo no sea pedagógico, sino sentimental. Y que recién en el último año,
quienes no abandonan, logren transformar esa percepción por una actitud profesional.
Sostener un trayecto formativo, con la anuencia institucional (no sólo de esa universidad, por
supuesto), centrado en el amor, no parece servir para la búsqueda permanente de una
profesionalización de la docencia en todos los niveles y modalidades. No es de extrañar que
una cantidad importante dejen la carrera cuando adviertan que no basta con querer, sino
también hay que enseñar con método, rigurosidad y constancia.
El Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD), en su informe trianual (2016-2019),
menciona que, entre los dos primeros años de los profesorados de los institutos de formación
docente, se contempla una deserción del 74%. Por supuesto que no se puede atribuir la
totalidad a una sola causa, pero tampoco se puede desestimar la cifra, dada su elocuencia.
Basta revisar en Internet y en los repositorios académicos, para acceder a diferentes estudios
que, desde hace años, insisten en esclarecer a la sociedad sobre esta problemática. Sin
embargo, la ausencia de anuncios acerca de la evaluación de los diseños curriculares por parte
del Ministerio de Educación, impide suponer un cambio en el corto plazo.

Las confusiones acerca del sentido de la acción docente y la dificultad para acceder a la
práctica, configuran impedimentos sustanciales (junto con los económicos, por supuesto) para
comprender que la enseñanza es una actividad profesional que no puede basarse ni en el
afecto por las infancias, adolescencias y juventudes, ni tampoco puede suponerse que con
conceptos, tareas y evaluaciones, se adquiere la solvencia física, subjetiva y discursiva que
exige la labor docente.
Sin el solitario vértigo de la clase, sin la exigencia constante de personas que comparten un
lugar pero que difieren en casi todo, sin el murmullo y los rostros del aula, y sin el cansancio
físico y emocional, después de una larga jornada, nadie puede saber de qué se trata la
docencia.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social