
La formación docente necesita distinguir entre los saberes fundamentales y los
complementarios. Las interrogaciones pedagógicas y didácticas no pueden estar supeditadas a
las nuevas demandas laborales, ni tampoco convertirse en meros aprendices de las tendencias
tecnológicas que emergen con la misma fuerza con la que desaparecen año tras año. ¿O acaso
el Metaverso no le cedió su lugar al Chat GPT?
Es cierto que la currícula sostiene una carga horaria importante de asignaturas ligadas a la
pedagogía y a la didáctica, pero no se suelen asumir como aquellas que definen el
posicionamiento que debe adoptar una docente para afrontar un desafío cultural y social de
envergadura, sino más bien parecen ser espacios que hay que atravesar con el menor esfuerzo
posible, dado que allí no radica aquello que hace relevante a la docencia.
Hay una confusión que necesita disiparse cuanto antes: la pedagogía no se resume a inquirir
acerca de cómo se aproxima un sujeto a un contenido, ni la didáctica puede considerarse un
conjunto de técnicas para dinamizar una clase. Sería como suponer que la filosofía es un modo
específico para aprender a pensar. Si desde el inicio de la formación no se asienta una
necesidad permanente de recuperación de las interrogaciones pedagógicas y didácticas, es
improbable que existan oportunidades de innovación educativa.

Los cursos que se ofrecen, tanto en formato postítulo, posgrado o de capacitación, tampoco
favorecen un trayecto formativo sustentado en la teoría y en la búsqueda de enriquecer las
preocupaciones pedagógicas de cada docente. En su mayoría se abocan a prometer
soluciones, de fuerte arraigo técnico, para solventar la educación. Hay tantos cursos de
oratoria que no es difícil confundir un discurso cualquiera con una clase, allí se nos indica que
si mantenemos la postura firma y un tono de voz adecuado, lograremos ser más asertivos.
Como verán, en la sociedad de consumo las baratijas también están infiltradas en las
pseudociencias.
La neuroeducación también está pasando por un período crítico, está tan edulcorada que
parece un mero despliegue de términos que carecen de un sustento científico relevante.
Improvisados especialistas se contentan con decirnos que, si logramos que activen el
Hipocampo y sistema límbico, estaremos logrando un aprendizaje significativo. Nuevas
denominaciones que no problematizan al sujeto, sus circunstancias, sus experiencias ni sus
expectativas, nada de eso parece más importante que la estimulación de ciertas zonas del
cerebro.
Sin embargo, la exacerbación de estas ilusiones se puede observar, sin esfuerzo, en las
publicidades de soluciones inmediatas con tecnología educativa. Hay tantos falsos profetas
que ya ha dejado de ser un asunto de la pedagogía y la didáctica, para convertirse en un
debate teológico. Sería gracioso si no fuera que más de uno hemos caído en sus farsas y para
peor, nos han sido costosas en tiempo o en dinero.
La formación docente es una labor que requiere (que exige) una eminente problematización
cultural, una interrogación acerca del orden social, un esfuerzo por romper el sentido común
propio, una persistencia en la preocupación por la emancipación de cada sujeto. Nada de eso
se consigue con una técnica de oratoria, ni con un dispositivo, ni con una charla de coaching
educativo.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social