
La innovación no suele estar ligada a la investigación, sino apenas a una práctica más breve y
menos metódica de búsqueda de información, que suele reducirse a los requerimientos
(escasamente teóricos) de un diagnóstico general, es decir no exhaustivo. Se confía más en las
acciones (en su potencial renovador, en sus dimensiones lúdicas o de vinculación tecnológicas)
que en los resultados que pueda arrojar un informe científico.
Moreno, en su texto “Formación docente para la innovación educativa” sostiene que “aunque
no todo proceso de investigación culmina en una innovación, la investigación resulta ser la
mediación por excelencia para el surgimiento, aplicación y validación de las innovaciones en
educación”. Esta definición nos debería ayudar a comprender que las soluciones prefabricadas
que se venden a diario en la red, no son más que baratijas de mercado que tienen más de
publicidad (de moda) que de rigor, estudio y formación teórica.
¿O acaso alguien puede ofrecer una innovación objetiva, pura, absoluta que pueda ejercerse
en todo contexto, nivel y modalidad? La respuesta es evidente, pero parece que se olvida cada
vez nos topamos con un anuncio. Es muy probable que en cualquiera de esos eventos, incluso
hay muchos textos y videos que siguen la misma lógica comercial (venden innovaciones como
si fueran zapatillas: hay para todos los talles), no tengan el respaldo de ninguna investigación
que les permita esgrimir sus conclusiones con algo más que su empeño en mostrarse
legítimos, valiosos y recomendables.

Se podría afirmar que se parten de premisas no verificadas, por ejemplo que hay que
“actualizar la educación”, sin que se indique si se refieren a la enseñanza, a la evaluación, al
aprendizaje, a la didáctica o a la gestión. Quizás hagan referencia a todo, y eso ya es una
falencia evidente. Si las acciones que se desarrollan no están articuladas, al menos en algunas
instancias, con procedimientos científicos, no es posible afirmar que se trata de un aporte
sustentado a la innovación: sería, apenas, un ejercicio más próximo al azar, a la sorpresa, a una
estrategia que no podría repetirse sin caer en la mera rutina.
El principal problema que padece la innovación educativa es la vulgarización conceptual.
Cualquier docente que quiera dar una charla, o que busque sumarse como objeto de consumo,
cifra en ese término todas sus competencias (y todas sus esperanzas de llamar la atención). No
sucede lo mismo con la didáctica, ni con la evaluación, ni tampoco con la gestión: en esas áreas
quienes hablan, tienen experiencia suficiente para sostener sus ideas.
La innovación educativa debe reclamar su especificidad, debe reforzar sus componentes
teóricos y metodológicos, y también sus límites, porque si fracasa en la reconfiguración
permanente de su campo, no logrará más que continuar en una espiral de banalización
altamente perjudicial para la investigación científica en educación.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social