La posescuela y la innovación – Luis Sujatovich

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La innovación educativa no puede implementarse, no importa la definición que
abordemos, sin la decidida participación de las y los estudiantes. A pesar de que las
teorizaciones más reconocidas suelen abundar en dos requisitos: la incorporación de la
tecnología digital y la aplicación de metodologías ágiles. Ambas podrían considerarse
necesarias, aunque no suficientes.

Los dispositivos ya han demostrado, durante los últimos veinte años, que no tienen
ningún poder intrínseco. No cambian las clases, apenas si pueden automatizar alguna
tarea o mostrar en detalle un contenido. No es cierto que su utilización modifique la
educación, porque con tanto tiempo transcurrido ya deberíamos poder advertir sus
consecuencias positivas. Suponer que una plataforma o una aplicación va a
transformar “mágicamente” el modelo pedagógico de cada docente es, casi, una
superstición.

Y en cuanto a las metodologías, se parte de la hipótesis de que todos los grupos están
en perfectas condiciones de adoptar un rol protagónico gracias al poder dinamizador
de una consigna: otra vez la magia parece involucrarse en el aula. Pero sólo en
términos especulativos, no hay una búsqueda real, que asuma complejidades y
obstáculos con prudencia y buena voluntad, sino más bien una suerte de espejismo.
Donde hay un docente proponiendo una actividad, vemos un aprendizaje basado en
proyectos; cuando damos tareas para resolver en casa, suponemos que estamos
desarrollando el aula invertida. No está claro si es una simulación controlada (en la
cual las y los estudiantes asisten con la misma resignación), o si hay quien supone que,
haciendo lo mismo, pero nombrándolo diferente, obtendrá otros resultados.

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La innovación educativa debe eliminar a los alumnos todo lo posible, es decir debe
pugnar porque el aula no sólo se abra a la realidad, sino también que permita iniciar un
proceso de concientización acerca de la importancia de la acción decidida, grupal y
metódica de cada integrante del grupo. En tanto cada quien se aferre a su lugar,
podremos hacer muchas modificaciones, pero seguiremos imposibilitados por la
tradición.

La propuesta no es sencilla de aplicar, porque no hay ninguna denominación ni modelo
que prescriba su implementación, apenas nace de una convicción mayoritaria: la
escuela está caduca y no será posible innovar con las mismas reglas. Si las y los
estudiantes no sienten que su compromiso es el que decide su formación, seguirán
esperando que una docente les indique el camino, le diga cómo transitarlo y los felicite
por completarlo. Así, hay más posibilidades de actualizar el pasado, que de acceder a
un futuro promisorio.

Si las nuevas generaciones persisten en la costumbre de ingresar a la escuela a “tener
clases”, poco importará las estrategias que se ensayen. Se puede emplear el
Metaverso, la realidad aumentada o la inteligencia artificial, aunque si “la clase” se
estructura como la conocemos, ¿habría motivos para ilusionarse?
No es sencillo desaprender una rutina que tiene más de un siglo, sin embargo, es el
primer paso para deshacer la escuela o para superarla. La posescuela será de las y los
estudiantes y ese será el inicio de la innovación.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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