
La incorporación de las tecnologías digitales en las instituciones educativas formales ha suscitado diferentes opiniones, modelos didácticas y también algunas resistencias que, luego de la cuarentena, han ido menguando. Sin embargo, hay un aspecto a considerar que merece especial atención: la posibilidad que ofrecen para descentrar al docente y para deconstruir la noción que le exige un conocimiento completo, acabado y perfecto. Ambas situaciones pueden suscitarse gracias a la transformación de las interfaces y a la multiplicación de las plataformas, aplicaciones y dispositivos. La oferta es tan amplia que vuelve inútil cualquier esfuerzo abarcador. Y por lo tanto, obliga a asumir una actitud diferente ante los estudiantes, que a la vez que los vuelve falibles, los humaniza y les quita el extenuante peso del saber absoluto. El docente no es un narrador omnisciente, y es muy importante que se sepa. Es necesario que rompamos con el contrato pedagógico que determina roles fijos y que exige que no haya dudas, desconocimiento, fallas, temores, incertidumbres ni olvidos en el educador. ¿Existe una persona así? El afán por el cumplimiento de un requisito impropio de la condición humana acabó quitándole el cuerpo a la educación. No es extraño que haya tanto interés por las emociones, acaso sea un indicio de las nuevas reglas que deben pautarse en las escuelas: la razón es muy útil, pero si sólo hay lugar para ella, aparecen los monstruos, como alguna vez afirmó Goya.
Las influencias iluministas aún tienen mucha relevancia en los ámbitos formativos, tanto en los contenidos (los documentos curriculares no cesan de ampliarse) como en la disposición de las aulas, en la importancia de algunas disciplinas (matemática no tiene la misma relevancia, para la mayoría, que artes) y también en la conformación del concepto de inteligencia y del buen estudiante. También el docente cae en esa trampa y su estimación como profesional se reconoce en títulos, clases expositivas y en la presentación de prolijas calificaciones cada cuatrimestre. En este esquema cualquier dubitación componía un desorden que debía evitarse. Y nada rompía más la inercia establecida que un docente aceptando su ignorancia y dando espacio para que un alumno asistiera a otro con una respuesta. Las tecnologías digitales tensionan esa dinámica. Y tienen la potencia para conducir a una transformación sustancial de la educación, no ya por las fortalezas de una aplicación o la eficacia de una modalidad, sino más bien a la inédita ocasión que han forzado: docentes que no saben y quieren aprender; y estudiantes que saben y pueden enseñar. El paradigma de la razón debe permitir que surja uno nuevo, en el cual sean los alumnos quienes tengan mayor poder, es decir que las pautas rectores tengan más similitudes con las subjetividades emergentes que con las de los últimos tres siglos. De alguna forma, se trata de pasar de la centralidad de la razón y a la preeminencia de la interrogación. Un viaje desde Descartes hasta Sócrates. Parece una estrategia reaccionaria, pero no lo es. Habilitar las preguntas y aceptar que no sabemos, es un buen comienzo para abrir un nuevo paradigma.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social
