
El vertiginoso desarrollo de Internet ha generado la multiplicación de contenidos digitales que,
apelando a diferentes recursos visuales, buscan seducir a los usuarios. Videos, juegos, chistes,
memes, son algunos de los más convocantes. Esta oferta sin límites conforma un riesgo si no es
consumida bajo algunas premisas que permitan sopesar la intención que inspiró su publicación. La
violencia en todas sus formas discursivas ya no es una sorpresa para nadie. Es cierto que también
hay espacios confortables y otros que apelan a la razón con respeto y buenas intenciones, pero
debemos admitir que esos espacios gozan de menos seguidores.
Más allá de las consideraciones que suelen esgrimirse acerca de las nuevas generaciones y sus
míticas capacidades para desenvolverse en esos ámbitos, es preciso reconocer que ante tamaña
transformación tecnológica, mediática, económica y social que estamos atravesando resulta
necesario desarrollar capacidades críticas que se puedan ajustar a un nuevo paradigma
comunicacional. Pero, ¿Quiénes podrían hacerlo? Las familias no siempre pueden cumplir con ese
cometido por diferentes motivos y las instituciones comunitarias están muy debilitadas para
conformar una fuerza de significativa en la subjetividad de los jóvenes. La lista es corta y como
podrán adivinar, sólo nos queda la escuela. Es por eso que se vuelve un imperativo
contemporáneo recuperar la dimensión cultural del acto educativo. No para sancionar aquellas
prácticas que se alejen de las preferencias del docente, sino para brindar una oportunidad de
acceder a otras manifestaciones que, a pesar de su valor, tienen menos repercusión.
La rehabilitación de la voz del adulto dentro del aula está en absoluta oposición al anhelo del
regreso al modelo tradicional de transmisión, que el gran Freire denominó bancario, sino que se
erguirá como una percepción alternativa que facilite establecer debates sobre los consumos
culturales de los estudiantes. Una mirada diferente sobre las canciones de moda, las series más
vistas o los modos de entablar una conversación en una red social quizás favorezca la aparición de
algunas ideas que operan desde el inconsciente y que sin una instancia de objetivación
colaborativa, abierta y empática, probablemente permanezcan en ese estado, brindando mejores
condiciones para que los medios sigan haciendo su silenciosa tarea de ordenamiento del sentido
común, de las convenciones tácitas de cada generación, sin que los sujetos puedan advertir su
influencia. Si no se puede poner en palabras aquello que brinda sentido a nuestras elecciones, es
muy probable que sigamos teniendo menos poder sobre ellas.

El desafío no supone que los docentes no necesitan hacer el proceso, por el contrario, deben
prepararse para estar en condiciones de detectar la enorme magnitud de los mensajes
subliminales que coexisten en la red y que, sin dudas, también les afectan. Además es preciso
aceptar que se trata de una tarea, que por definición, es incompleta: ¿acaso se podría agotar el
núcleo semántico del inconsciente frente a las pantallas? Sin embargo, si en las escuelas no se
problematiza sobre cómo se configura nuestra subjetividad, seguiremos a la intemperie
conceptual que nos ofrece el sentido común.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social