«LAS ESCUELAS QUE ANDAN SIENDO»

Anuncios
Logo Inteligencia Natural

¿Hay escuela en pandemia?

Sí.

Bueno… no es tan simple, ampliemos. Las polémicas falaces que equiparan educación y presencialidad opacan un debate profundo, complejo y necesario ¿Qué es la escuela? ¿Es un edificio o un guardapolvo? ¿Es la escarapela y la directora? ¿Es el patio del recreo, es el aula? ¿Es estudiantes y docentes? ¿Es educación? ¿Es contención? ¿Es todo eso?

Anuncios
Logo Inteligencia Natural

Históricamente se ha interpretado a la escuela de diversas maneras y se le han atribuido distintas funciones y capacidades. Desde su alabanza como igualadora social y creadora de oportunidades hasta su demonización como mera reproductora de desigualdades. Desde su omnipotencia en la determinación de lxs estudiantes hasta su ninguneo como aguantadero de pibxs. Con un inmenso entre, que es donde pareciera que se ubica. La escuela no es algo, estático, definitivo. Sino que anda siendo,  que pendula, que avanza y retrocede, que depende desde dónde se la mire. Como todas las instituciones paridas por la Modernidad, de crisis en crisis, de desregulación en desfinanciación, de reconstrucción en reinterpretación.

La escuela es el Estado garantizando el derecho a la educación de todxs lxs pibxs, ofreciéndoles posibilidad de intepretarse a sí mismxs y al mundo en que viven, brindándoles la oportunidad de convertirse en agentes de construcción de su realidad. Es el Estado determinando los saberes que consensuamos necesarios para transmitir a las nuevas generaciones. No nos engañemos: también es el Estado enseñando a hacer filas derechitas y asegurando el almuerzo de miles de familias.

Todo eso ¿sigue siendo? No hay respuestas descontextualizadas, andan siendo múltiples escuelas y andan siendo como pueden, sostenidas en cuerpo y alma por trabajadorxs, estudiantes y familias.

Frente al nuevo paquete de medidas de cuidado y ante un promedio altísimo de contagios y muertes por covid-19, el jefe de Gabinete de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) “cedió” a suspender las clases presenciales en su distrito, luego del circo mediático-judicial de las últimas semanas (y que seguramente forma parte de las causas de este azote terrible de la segunda ola en la región). Pero hay formas y formas de “ceder”: comunicó que los tres días hábiles que dura la situación directamente no habrá clases, y que las mismas serán recuperadas corriendo el calendario escolar hasta el 22 de diciembre. Maravillosa jugada. Es la materialización de esa equivalencia que decíamos al comienzo, entre clases presenciales y educación. Se justifica en que “no estaban preparados”. Luego de un ciclo lectivo virtualizado, y en el distrito más rico del país, ese argumento no se sostiene ¿Por qué, entonces, Larreta decide suspender las clases, si, según sus propias palabras, la educación es lo más importante? Una hipótesis es que de esa forma sigue quitándole valor a todas las practicas educativas que se vienen sosteniendo, con enorme esfuerzo, desde la virtualidad. Así, de más está decirlo, apunta a desestabilizar las medidas tanto nacionales como de la provincia de Buenos Aires, embarcado en su propia carrera electoral. Hay quienes aventuran una suerte de escarmiento para lxs docentes que vienen resistiendo la presencialidad causante de contagios y muertes en el sector. Detalle de color: también se suspendió estos tres días la entrega de canastas alimentarias en las escuelas de CABA.

Al margen de lo que podamos opinar sobre la actitud de Larreta, lo cierto es que resulta necesario volver a afirmar que las escuelas siguen funcionando, sigue habiendo clases, sigue habiendo enseñanza y aprendizaje; aún en este, el peor de los contextos.

Cambian los contenidos, los vínculos pedagógicos, el trabajo docente y no docente, el espacio material, la organización del tiempo, las formas de evaluación y acreditación… ¿qué queda? Queda la escuela en tanto institución educativa prioritaria y oficial, encargada de formar a lxs futurxs ciudadanxs en aquello que la sociedad ha definido (de diversas maneras y en distintas instancias) como valioso (en este caso, prioritario), capaces de comprender crítica y reflexivamente la realidad para conservarla y transformar lo que puede ser mejorado. Quedan personas encargadas específicamente de esta tarea, preparadas para ello y adaptándose a las nuevas circunstancias. Quedan estudiantes especialmente dedicadxs a aprender.

También queda la escuela como comedor y como acompañamiento de distintas problemáticas sociales, porque es la función que ha ido asumiendo en las sucesivas crisis económicas. Queda la desigualdad educativa, potenciada por la no-presencialidad.

Queda, fundamentalmente, una intencionalidad pedagógica, unos propósitos que hacen del acto educativo algo distintivo. Como se decía en la charla lanzamiento de este mismo portal, la situación pandémica derribó (o al menos puso en cuestión) varios mitos respecto de la práctica educativa: el mito de que cualquiera puede hacer trabajo docente (recordemos los “voluntarios” propuestos por Vidal en 2017), el mito de que en la escuela se enseña todo, entre otros.

Quienes se autoproclaman adalides de la educación, equiparándola con la presencialidad, manifiestan un importante desprecio por el inmenso esfuerzo colectivo que lleva adelante la comunidad escolar desde el año pasado. Se escudan en un discurso falaz apoyado en “la importancia de la educación”, sin asignar presupuesto, sin construir edificios, sin repartir computadoras, sin garantizar conectividad, sin pagar salarios dignos. Se convierte, entonces, en una entelequia donde la famosa y aparentemente eterna “crisis educativa” sólo se surfea gracias a las pistas que van construyendo sus trabajadorxs.

Porque, claro, “la educación es esencial”, “es la base de la sociedad”, “es imprtante para el futuro”, quén podría estar en contra. Pero sin recursos, andamos huérfanxs de cómos, y la entelequia sigue ahí, perdiendo de vista que la educación es una práctica, son múltiples prácticas, y no sucede mágicamente sin sujetos que la lleven adelante.

No debemos desmerecer el aporte de muchas políticas públicas que sí funcionan, que sí se comprometen y sí ayudan. Porque no da lo mismo negociar con o sin paritaria nacional, ni estudiar con o sin computadoras.

La acción educativa es necesariamente redefinida por un contexto tremendo, y resulta imperioso valorar los propósitos pedagógicos y la especificidad del trabajo docente y del rol estudiantil. Este es el puntapié inicial para empezar a construir los consensos sociales necesarios para seguir pensando la escuela. Porque winter is comming, y la nueva normalidad tendrá más de nueva que de normalidad.

Ana Catalina Videla, profesora en Comunicación social, docente.

Compartilo en tus redes sociales