
Los docentes no conocen los consumos culturales de los estudiantes, y eso conforma un gran obstáculo para conseguir involucrarlos en sus propuestas áulicas. Es muy frecuente advertir que no tienen ninguna información acerca de qué música, juegos, series les interesan, como si se tratara de una dimensión privada que no debe exponerse. Es cierto que en la mayoría de los casos sucede que los adultos marcan con su opinión el valor de cada elección: ya sea tachando o elogiando de forma desmedida. Pero en ningún caso les resulta de utilidad, ya que tienen la certeza de que el docente no sabe de qué están hablando.
La diferencia entre criticar y elogiar se debe al posicionamiento que supone que debe realizar. Si en la primera opción anula toda posibilidad de diálogo, dado que si se menciona que “pierden el tiempo” en Internet o en los videojuegos, ¿qué posibilidad de intercambio habría? Ninguno. La sentencia del docente impide que se desarrolle una mejor comunicación, más plena y democrática. La segunda, admitiendo que tienen intenciones más loables, tampoco es significativa: si se les dice que esa música les encanta, pero luego no saben ni el nombre de la canción, ni del grupo, ni del género, ¿creen ustedes que no se darían cuenta que es una impostura que sólo busca caer bien al grupo? Y al reconocer el artilugio, se desmoronaría aquella confianza que se pretendió establecer. Sea por el desprecio o por desconocimiento, hay un abismo entre ambas subjetividades. Y para empeorar la situación, tanto los docentes como los que se están formando para serlo, carecen de interés por ese asunto.
Tanto en nivel inicial, primario, secundario o superior no se estima que deban tratarse los medios, el ocio y el entretenimiento para establecer las bases de una comunicación que permita construir un marco educativo plural, pertinente y significativo. Hay mucho interés (y es muy válido, por supuesto) por las estrategias didácticas en torno al uso de las tecnologías digitales pero esa búsqueda de innovación suele estar sujeta al criterio del docente.

¿Y en qué se basa sino en sus representaciones sociales, en sus hábitos y en su universo vocabular? Por lo tanto, podríamos afirmar que hay una interpretación personal y profesional de los contenidos a trabajar que están condicionados por sus consumos culturales, por ejemplo al modo en que tratará de presentar un tema, a los materiales que seleccionará, etc. En este razonamiento queda en evidencia que la construcción de sentido de los protagonistas del proceso sólo entra en juego dentro del aula, es decir al momento de la aplicación. Es entendible que falle: ¿acaso hay docentes que puedan adivinar que puede interesarles? Por supuesto que no.
No se trata de reinventar la didáctica ni del empleo de sofisticadas aplicaciones. Primero es necesario dialogar, conocer, comprender sin juzgar. Antonio Pasquali define a la comunicación como el acto de apertura a la otredad. Entonces, cabría preguntarse si desconociendo a los otros, en tanto los volvemos objeto de nuestra práctica, si estamos comunicado o apenas brindando información que pretende ser educativa.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social