¿Podría la escuela convertirse en una aplicación? – Luis Sujatovich

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Si la escuela tuviese que transformarse en una aplicación, ¿cuáles serían los servicios que podría ofrecer? Podríamos postular tres: socialización, formación y acreditación. El problema es que para la vinculación entre pares y con adultos, hay otros espacios mejor desarrollados y que poseen estrategias de comunicación, contenidos y prestaciones que están por fuera de las posibilidades de la escuela. ¿Cuánto tendría que modificarse para seducir a las nuevas generaciones más que Discord, Tik Tok, etc.? Si los medios de comunicación tradicionales no han podido reconvertirse para competir con esas plataformas, es poco probable suponer que la escuela tenga alguna oportunidad de lograrlo, ¿no es cierto?

La formación, el principal fundamento de la educación  formal, tiene aún mayores inconvenientes, porque no sólo carece de las certezas necesarias para estructurar una currícula apropiada (¿o acaso alguien sabe cuáles serán las competencias y saberes que se necesitarán dentro de 30 años?), sino que además hay muchos sitios que tienen información, desafíos, juegos e información inagotable, que emplean estrategias discursivas breves, dinámicas y multimediales, que ponen en evidencia la menesterosidad del uso de las tic en el aula. Basta revisar un podcast, una sucesión de vídeos, un mural interactivo o un hilo de X (más conocida como Twitter) y compararlos con un material educativo (no digo una fotocopia, para no ser tan evidente) para reconocer que la distancia es tan grande, que resulta difícil admitir que estén dirigidas al mismo público, es decir, que sean consideradas contemporáneas. 

Queda entonces  la acreditación, es decir la elaboración de documentos de carácter oficial que indican el nivel educativo alcanzado por cada sujeto, como el único servicio que podría ofrecer de manera exclusiva. Por lo tanto, la aplicación sólo serviría para acceder a un certificado, o al menos, sería su función principal, entendiendo que para los demás intereses habría otros espacios que suscitarían la atención con mayor potencia. ¿Será que la escuela ya no puede competir con los consumos culturales ni con los emergentes de la cultura digital?

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Howard Gadner y Katie Davis en su libro “La generación APP”, publicado en 2014, afirman que “los jóvenes de ahora no sólo crecen rodeados de aplicaciones, sino que además han llegado a entender el mundo como un conjunto de aplicaciones, a ver sus vidas como una serie de aplicaciones ordenadas, o quizás, en muchos casos, como una única aplicación que se prolonga en el tiempo”.  De acuerdo a esta descripción parece que la suerte de la escuela es la misma que han tenido cada uno de los referentes de la modernidad: ni la fábrica, ni el Estado, ni el dinero, ni las identidades, ni el periodismo han podido salir indemnes del cambio de época. No es difícil imaginar que algo semejante le esté ocurriendo a la escuela. 

La crisis de la escuela se vuelve evidente cuando tratamos de incorporarla a la red. Allí se hace insoslayable que propone un orden, una secuenciación y una duración que remiten a la imprenta y a sus múltiples derivaciones, quizás por eso sea imposible pensarla como una aplicación.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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