UNA LECCIÓN DE LA PANDEMIA ACERCA DEL ROL DOCENTE

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El comienzo del siglo XXI suscitó una expectativa respecto del rol docente que la pandemia ha logrado revertir, luego de veinte años. La expansión de la informática y el desmesurado optimismo que generó la globalización, una vez unificada Alemania y  desintegrada la Unión Soviética, impactaron de forma muy particular en los ámbitos educativos. Las computadoras venían a mejorar la educación a partir de dos acciones concomitantes: la disponibilidad de información (en aquellos años a partir del CD-ROM) y la posibilidad de reemplazar al docente con programas específicos. Aquellas utopías posmodernas estaban alimentadas por una clase política que suponía que la privatización era sinónimo de eficiencia y éxito. Los debates en torno al lugar cada vez menos importante de los docentes fueron numerosos y arduos: allí estaban entreverados intelectuales, funcionarios y sindicalistas, y en menor medida docentes. La cuestión estaba trazada del siguiente modo: si las computadoras pueden ofrecer el contenido detallado y en formato multimedial, ¿para qué sería necesario seguir teniendo profesionales de la educación? Además, se evitarían todos los reclamos que cada año se entablaban por mejoras salariales. Los equipos no piden aumentos, comentaba con sorna más de un empresario beneficiado con la venta de las empresas de telecomunicaciones que pertenecieron al Estado nacional.

La crisis del 2001 puso de manifiesto que la propuesta iba a tener que esperar. Las escuelas se convirtieron en comedores, espacios de contención y acaso el último lugar en el cual se podía imaginar un futuro mejor. Sin embargo, esperando mejores condiciones, ese deseo continuó agazapado en una parte importante de la sociedad. Sería interesante saber cuáles son los motivos que genera esa animadversión en diferentes sectores que en muchas ocasiones suelen diferenciarse pero en torno a la cuestión educativa, están en un total acuerdo: la escuela no funciona porque hay que reemplazar a los docentes y elegir sólo a quienes quieran trabajar con vocación. No es muy complicado reconocer que estos asuntos han atravesado durante décadas las subjetividades de nuestra sociedad. Sin embargo, la pandemia (paradójicamente una consecuencia de la globalización) vino a tensionar esas consideraciones.

La necesidad de asistir a la escuela para compartir un espacio con sus pares y tener la atención del docente, se ha transformado en el reclamo más potente. Sin detenernos a indagar las especulaciones políticas que puede albergar, es notable la contradicción con aquellos postulados que pretendían prescindir del docente. Las circunstancias han obligado a que las y los estudiantes reciban los contenidos digitalizados en sus casas (por supuesto, en condiciones muy adversas en general) y por lo tanto, de alguna manera, se ha cumplido esa expectativa. Pero están convencidos de que no alcanza, no satisface ni a las niñas y niños ni a sus familiares. Por supuesto que tal esclarecimiento es para celebrar, aunque hayan sido necesarias tantas dificultades. El docente no es sólo un sujeto que distribuye conocimiento y luego lo evalúa. Es una figura con espesor social y cultural que incluye diversas dimensiones emocionales y corporales que no pueden suplirse por un software. Parece una obviedad, pero necesitamos una pandemia para convencernos.

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Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

Imagen: www.argentina.gob.ar

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