Acerca de la ética del aprendizaje – Luis Sujatovich

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Nunca ha sido tan sencillo copiarse, la tecnología nos provee de tanta información ya procesada y
lista para volcarse a una tarea, que cualquier esfuerzo por disminuir esa acción parece insuficiente.
Basta poner el nombre de un tema en cualquier buscador para advertir que no hay salida posible
dentro de las reglas establecidas: toda actividad que suponga una producción que ya se encuentra
disponible, será, de una u otra forma, aprovechada para ahorrar esfuerzos. Y mientras se busca
innovar con nuevas consignas que no requieran de las labores tradicionales, y se debate acerca de
la correspondencia (o no) que puede darse entre el texto escrito y el audiovisual, para comprender
cómo puede utilizarse para reemplazar al texto escrito, se vuelve necesario aceptar que la batalla
contra los repositorios y sitios web está definitivamente perdida.
Resulta apropiado señalar que esta situación conflictiva, o más bien esta derrota, ha permitido
abrir un debate acerca de la pertinencia de la dinámica de las actividades que se suelen encargar
en clase y en forma de deberes, ¿se buscarían alternativas más interesantes, dinámicas y
relevantes para abordar los contenidos sin la urgente necesidad de evitar la búsqueda en
Internet? No, muy probablemente se seguiría apelando a las mismas estrategias de antaño.
Moraleja: sin conflictos no hay cambios. Quizás el mayor rechazo no provenga tanto de la
transformación que demanda sino de su origen: no responde a una convicción pedagógica-
didáctica sino a las consecuencias de la cultura digital y a las diferentes apropiaciones que realizan
las y los estudiantes. Asumir esa circunstancia implica una gran falencia: la distancia entre el aula y
la calle es, cada día, más grande.
La precariedad de las respuestas que puede ofrecer la escuela en este momento obliga, entonces,
a efectuar un llamado a la integridad: es indispensable que cada estudiante acepte que aun
teniendo todas las posibilidades de plagiar sin ser sancionado, se comprometa a cumplir con su
deber como si esas alternativas no existieran.
Puede considerarse como una salida poco viable y que nadie aceptaría semejante desafío, sin
embargo entre proseguir en un error manifiesto y reconocer la crisis que se multiplica ante el
acceso a millones de datos en un segundo (y no es una hipérbole, es real), la opción no parece tan
ridícula.
Es necesario que se dialogue al respecto con cada grupo, que intervengan las familias y toda la
comunidad educativa. Las consignas tendrán que ser diferentes, los contenidos revisados y las
indagaciones acordadas con total claridad, pero ningún pacto podrá convalidarse si se opta por el
atajo cada vez que se plantea una actividad. Habrá que convalidar todos los lenguajes (podcast,

infografías, memes, videos, etc.), desaprender las rutinas y someterse a las incertidumbres, al
menos como un gesto compensatorio por todo lo que se pide a cambio.
Llegar a un acuerdo sobre la disponibilidad de los recursos multimediales, puede favorecer una
interpretación colaborativa de los desafíos éticos que plantea la tecnología a la sociedad
contemporánea.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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