
Las metodologías activas suelen suscitar una lamentable confusión: se supone que son más
sencillas de aplicar que la didáctica tradicional. Y entonces se utilizan sin mayores precauciones y
en vez de lograr una mejora en las propuestas, sólo se consigue desalentar aún más a docentes y
estudiantes acerca de las posibilidades de cambiar la rutina. El aula invertida es un ejemplo muy
frecuente. Se estima que con la distribución diferente de las actividades, poniendo el énfasis en la
acción individual o grupal de los estudiantes en sus casas, alcanza no sólo para aplicarla sino para
lograr los objetivos esperados. A veces parece que con dar más tareas (antes se denominaban
deberes) y revisarlas en clase, alcanza.
Hay otros equívocos que también atentan contra su desarrollo, y están relacionados con las
condiciones de acceso a Internet, la cantidad de equipamiento tecnológico que poseen, las
obligaciones extra escolares, así como la distancia que hay entre los domicilios de cada grupo. En
algunas ocasiones se propone que un video sea visto en el hogar, pero no siempre hay conexión o
datos disponibles. O se insta a reunirse para resolver una parte de la actividad y no hay
condiciones propicias para hacerlo (porque viven alejados, trabajan o no pueden atender los
costos de transporte). También ocurre que los materiales que deben observarse necesitan de una
mediación por parte del docente para comprenderlos, buscarlos y procesarlos, pero no siempre se
brinda, porque se estipula que cualquier intervención anularía el proceso.
El aula invertida es una posibilidad que puede aprovecharse sólo cuando el docente conoce las
condiciones del grupo, cuando el grupo conoce el modelo pedagógico del docente y cuando
ambos poseen competencias digitales y un grado de autonomía suficiente para avanzar en la
transformación que se requiere. No es conveniente iniciar el cambio por aquellos desafíos más
arduos, sino por el contrario, bien se podría intentar un trabajo que permita descentrar al docente
en el aula, sin requerir esfuerzos especiales y tender hacia la acción responsable de cada alumno
para forjar una disposición que pueda habilitar a prácticas disruptivas. Y entonces sí se habilitaría
la oportunidad de recurrir al aula invertida.
La evaluación resulta muy complicada de elaborar si la propuesta no ha sido bien diseñada,
porque ante la ausencia de evidencias respecto al trabajo fuera de la escuela, se acaba
resumiendo en la entrega de un material y en su presentación. La conclusión que todos acaban
teniendo es que cambian un poco las formas para que no haya modificaciones de fondo.
Si no se tiene una planificación que precise las diferentes instancias de desarrollo, dejando de
manifiesto roles, instrumentos de evaluación y el sentido de las actividades (es decir, su
fundamento pedagógico didáctico en plena correspondencia con los contenidos abordados) el
aula invertida deja todo como estaba y sólo revertirá la comprensión de los temas, la voluntad
del grupo y las expectativas de mejorar las clases.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social
