Internet y la educación formal: o la tensión entre deseo y razón – Luis Sujatovich

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¿Quién nos enseñó a usar Internet? Probablemente sea muy complicado detallar a cada uno de los sujetos que intervinieron en ese proceso, si es que lo damos por terminado. De lo contrario, la lista se renovaría periódicamente. Por lo tanto, no es posible circunscribirlo a los espacios formales como sucede en todos los temas, a diferencia que algunos pocos siguen siendo abordados por primera vez en la escuela, de allí su lenta decrepitud: el sostenimiento del deseo escolar está íntimamente ligado a la novedad, al hallazgo, a la exposición de asuntos que hasta el momento eran desconocidos, o comprendidos de forma equivocada. La antítesis entre conocimiento vulgar y conocimiento científico es el ejemplo más frecuente de la transformación que buscaba generar en las alumnos y alumnos.

Sin embargo, la imposibilidad de realizar ofrecimientos que conmuevan a las nuevas generaciones está convirtiendo a la escolaridad en un asunto tan álgido que resulta complejo abundar en virtudes para su sostenimiento. Es por eso que la educación informal parece tener mejores perspectivas, a pesar de ser considerada, usualmente, como la menos relevante. El aprendizaje sin certificaciones, deviene en un saber de segunda categoría, muy próximo a la cultura popular, de allí que se halle tan subvalorado. Su persistencia significa la supervivencia del enemigo de la educación institucionalizada, normalizada y enciclopédica que la escuela incorporó como su fundamento, hace más de un siglo.

La alfabetización digital y todas sus variantes, aunque requieren consideración, no pueden atribuirse las competencias que goza la población (exceptuando, por supuesto, quienes padecen el flagelo de la brecha digital). Sus aportes resultan válidos, tanto para abordar algunos programas informáticos como para alertar sobre diferentes amenazas. Y acaso nos permita comprender las limitaciones de su propuesta: ingresa a la cultura popular desde los peligros y problemáticas, no desde el goce y el entretenimiento. Es como si nos enseñaran a andar en bicicleta apelando a los diferentes accidentes que podríamos tener. No pocos habríamos desistido de aprender.

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La cantidad de personas, tutoriales y experiencias que conforman nuestro saber teórico y procedimental sobre Internet evidencia que aprovechamos más el diálogo entre pares que las exposiciones. No niego la importancia de la palabra de los especialistas, pero su influencia no resulta tan significativa como quienes se hallan cerca de nosotros y, principalmente a nuestra zona de desarrollo próximo (Vygotski, 1931).

Las múltiples oportunidades que ofrece Internet para aprovechar el aprendizaje ubicuo (Burbules, 2014) coloca a la educación formal como una instancia formativa más dentro del conjunto de posibilidades para aprender. Y para peor, es el que más exigencias pide a cambio. La ecuación, en consecuencia, no es favorable.

El único monopolio que le queda a la escuela es el referido a la acreditación y es bien sabido que es poco probable que una gestión administrativa suscite pasiones a gran escala. ¿Hay alguien se emociona cuando va a un edificio a realizar un trámite de rutina?

Como la escuela no sabe provocar deseo, supone que suplantándolo por la razón habrá resuelto el problema. Y lo único que logra es hacerlo más exorbitante.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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