La didáctica no es suficiente para convertirnos en docentes – Luis Sujatovich

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Las metodologías denominadas innovadoras se han convertido en un amuleto educativo:
mencionarlas en una propuesta nos brindar confianza para llegar a los objetivos esperados. Es tan
fuerte la superstición que basta revisar artículos, tesis y libros de los últimos cinco años para
comprobar que su mención es mucho más frecuente que su uso, hay un acuerdo general respecto
a que deben utilizarse aunque no abunden experiencias que detallen las dificultades que suelen
aparecer en su desarrollo, los plazos que se deben considerar, cómo debe transformarse el vínculo
docentes-estudiantes y, por último, de qué forma indagar en las mejoras posibles para optimizar
su aplicación en el futuro. Alcanza con indicar que se utilizarán y nada más. Más que una
estrategia didáctica se han ido convirtiendo en principios pedagógicos sin el sustento teórico que
precisa para indicar cuál es su aporte y a qué paradigma científico alude.
La pretensión de dinamizar las clases y convertir las aulas en talleres, laboratorios y asambleas
resulta por demás loable. E improbable que se pueda mejorar la calidad educativa si no se revisan
(profundamente) los modelos tradicionales de exposición oral del docente y la consecuente
pasividad de los alumnos. El problema es que esa convicción se traduce en la adopción de
estrategias didácticas que no suelen estar bien planificadas, porque se confía tanto en su poder
que no se incorporan posibles retrasos en las actividades, dificultades en la conformación o
gestión de los grupos, ni tampoco se estipula que haya quienes no logren cumplir con sus aportes.
Tampoco se suele detallar de qué forma resolverá el docente el proceso, tanto para asistir a
quienes necesiten como para evaluar a cada grupo, dado que no podría reducirse a una nota
conceptual y a la calificación por la entrega final. Es cierto que las demandas de la educación
formal no favorece su utilización plena, pero aplicarlas de cualquier modo acaba convenciendo de
su inutilidad y así se refuerzan las tradiciones. Y para magros resultados no hay nada mejor que la
rutina.
El fracaso también genera (en quienes son más perseverantes) un malentendido: si con una
estrategia falló, quizás con dos resulte bien. Entonces se suma el aprendizaje basado en proyectos
con el aula invertida y a veces, se le agrega la gamificación. Aquí el desconcierto suele ser
mayúsculo, combinar tantas reglas para que un grupo se apropie de algunos contenidos resulta
imposible, es como jugar al vóley sumando las reglas del hockey.
Las buenas intenciones sirven para atenuar circunstancialmente una carencia, pero se vuelven
ineficaces para sostener cambios a largo plazo. Es necesario ahondar en los aspectos teóricos de

cada estrategia para aprovecharla, la didáctica al igual que la tecnología y los materiales de
aprendizaje suelen prometer mucho, pero si no cumplen no hay a quién quejarse.
Sin una planificación honesta (es decir consciente de sus límites y posibilidades) habrá mayores
posibilidades de toparse con una decepción. Y bien sabemos cuán peligroso es para cualquier
estudiante un docente sin esperanza.
Ninguna didáctica puede hacernos docentes, porque la innovación es una búsqueda permanente y
no un modo de lograr mejores calificaciones.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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