La escuela debe abandonar el reloj – Luis Sujatovich

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¿Qué nos hubiera pasado si nos habrían dicho que tenemos una hora semanal para aprender a
andar en bicicleta? Es muy probable que no hubiésemos sentido placer en realizar la actividad
y que los plazos se habrían vuelto un obstáculo más. También debemos reconocer que nadie
nos puso plazo para aprender a mirar un video (es decir para comprenderlo y gozarlo), y que si
quisiéramos contar aquello que sabemos hacer nos costaría mucho identificar cuándo lo
aprendimos y cuánto nos llevó lograrlo.

Sin embargo, en la educación formal hay pleno convencimiento de que las horas tienen una
incidencia sustancial en los aprendizajes, y por eso es la unidad de medida utilizada. El
contrato que establece la escuela (en sus distintos niveles y modalidades, por supuesto) es el
siguiente: usted se compromete a aprender (y demostrar según nuestras reglas que aprendió
de forma apropiada) los siguientes contenidos en la siguiente cantidad de horas. De lo
contrario, deberá atenerse a las consecuencias punitorias que se indicarán oportunamente.
Parece una broma, pero es cierto.

La innovación, por lo tanto, no puede desentenderse de las formas de limitación y duración de
las clases. Es cierto que la educación no formal también tiene un cronograma, por ejemplo, un
curso de idiomas, de natación o cualquier otro, pero sus instancias de evaluación son muy
diferentes y no están sometidos a un calendario ni a promociones estrictas. Nadie ha dejado
de compartir con su grupo una clase de baile porque un paso no le sale bien. Ni tampoco hay
una presión sostenida porque se logré determinada competencia en una cantidad de días ya
estipulada.

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La absoluta falta de correspondencia entre los tiempos estrictos (y muy acotados) de la
educación formal y la diversidad es tan evidente que no hay ninguna posibilidad de que
coexistan. Y no se trata de considerar las inteligencias múltiples, porque no tiene el
fundamento científico ni las pruebas empíricas suficientes, pero toda teoría contemporánea de
aprendizaje estipula divergencias y advierte acerca de la necesidad de atender las diferencias
que se manifiestan diariamente en las aulas.

Nadie puede aprender contrarreloj, la premura no es una compañera apropiada para avanzar
en el conocimiento. La presión supone un estrés que impide desarrollar una experiencia
gratificante, significativa y que permita acrecentar la curiosidad, el interés y la búsqueda de nuevos contenidos. Si las y los estudiantes deben apurarse para cumplir en tiempo y forma con
los objetivos que cada curso y nivel establece, es lógico entonces que las nuevas generaciones
pretenden que todo acabe rápido, ¿o acaso no es la consecuencia de una propuesta
acelerada?

La escuela se expandió (y fijó su funcionamiento) bajo la referencia de las fábricas del siglo XIX
y de la primera mitad del siglo XX, en la actualidad los centros de producción (de aplicaciones,
de mercancías, de servicios) ya no se circunscriben a un horario sino más bien a objetivos. La
escuela sigue firme en sus protocolos, en sus rutinas, en sus horarios. No hace falta indicar cuál
es la institución que está atravesando una grave crisis , ¿no es cierto?

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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