
Los docentes debemos perderle el miedo a la brevedad. Estamos muy acostumbrados a diseñar actividades con plazos extensos, aunque en ocasiones nos resulten insuficientes: ¿quién no sintió – alguna vez – que la clase no alcanzó para abordar los temas con la profundidad esperada? O, por el contrario, que calculó mal los materiales y que tuvo que estirar un asunto para llegar al final de alguna forma. La administración precisa del tiempo es, probablemente, una de las competencias más necesarias de la profesión. Pero quizás nunca tuvo tanta relevancia como en los últimos años.
Si no somos capaces de reconfigurar nuestra relación con el tiempo, iremos perdiendo con mayor facilidad la atención de los estudiantes. Y no es muy complicado de advertir: basta con reconocer los espacios digitales que habitan, sus modos de vinculación con los contenidos, su permanente migración entre plataformas, los cambios a los que están sujetos: un hashtag, un meme o un video de TIK Tok no están creados para perdurar, sin embargo su impacto es poderoso.
Las nuevas generaciones no están de acuerdo acerca de la relación entre extensión y valor de la formulación. De ninguna forma suponen que si algo dura mucho es de calidad, profundo y significativo. Por el contrario, sospechan que si un mensaje carece de edición, la faltan méritos para suscitar interés. Sienten, acaso, que no está listo para darse a conocer. Como si fuese una comida en proceso, o una canción por la mitad. Por eso nos cuesta tanto acomodarnos a las condiciones contemporáneas. Aquello que para nosotros tiene la condición de apto para ellos es lo contrario, la totalidad les produce rechazo porque consideran que les falta el recorte y el sentido que debe elaborarse para hacerlo consumible, y para nosotros aquello que es breve nos parece incompleto.

Estamos, como se puede apreciar, ante un desencuentro cultural de grandes magnitudes. Hay una frase que se le atribuye a Voltaire y que resulta esclarecedora: “el secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo”. Más allá de la veracidad de la fuente y del contexto en que haya podido mencionarse (en épocas de fake news masivas, todo debe citarse con sumo cuidado), debemos aceptar que en el aula solemos comportarnos de un modo menos contemporáneo que en el calle: ¿o acaso nadie uso el acelerador de mensajes de WhatsApp, o no se entretiene con video cortos en las redes sociales? Por lo tanto, tampoco somos tan ajenos ni tan distantes. Pero la cuestión estriba en aceptarlo, en trasladarlo a la escuela y en asumir que hemos estado algo equivocados: es más difícil decir lo importante que ser exhaustivos. Un tuit bien escrito requiere más talento y esfuerzo que una larga publicación en Facebook. Sin embargo, seguimos considerando que si tiene mucho texto es mejor, porque desarrolla las ideas y se acerca a nuestro modelo de sabiduría. Hemos repetido mil veces que “lo bueno si breve, dos veces bueno”, ¿no es cierto? Excepto en las aulas, nos faltó aclarar.
Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social