Para innovar es necesario salir del aula – Luis Sujatovich

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La innovación educativa presenta un problema: no puede asumirse sin la escuela. Basta revisar la
bibliografía para advertir que en su gran mayoría las propuestas se dividen en dos: renovación de
metodologías e incorporación de tecnologías digitales. En consecuencia el horizonte de
expectativas al que se puede aspirar está determinado por el aula y por las relaciones que allí
pueden desarrollarse. Se trataría, por lo tanto, de cambiar el monólogo por el diálogo y el pizarrón
por las pantallas, y ya estaríamos en pleno proceso de innovación. Aunque sería más adecuado
referirse a reformas que, por definición, tienen objetivos más bien modestos. ¿No es cierto?
Los contenidos, la acción docente y las calificaciones no están en discusión, como tampoco toda la
organización escolar en sus estructuras formales y en su fuerza como institución. Es interesante
advertir que las defensas de la escuela (fundamentalmente en el nivel secundario) están
atravesada por carencias, problemáticas y requerimientos que poco o nada tienen que ver con los
fundamentos pedagógicos que sostienen la educación actual. La pobreza, la violencia y las familias
ausentes suelen conforman los argumentos más sólidos (y plausibles) para sostenerlas. Es
absolutamente cierto que un sector social recibe en la escuela una mínima parte de aquello que le
es negado, pero conformaría un error doble avalar esa situación: no sólo porque las autoridades
son responsables (y en menor medida el resto de la sociedad), sino porque además no estamos ni
cerca de establecer un debate profundo sobre la innovación. La cerrazón que supone abolir la
escuela, como única alternativa posible, impide cualquier intercambio de ideas.
De alguna forma, se asemeja a las preocupaciones que inquietaron al periodismo gráfico a
mediados de los años noventa: quienes afirmaban que Internet acabaría con los diarios y las
revistas eran observados como agoreros y no faltaba quien encontrara en ese pronóstico el deseo
(inconfesable) de un regreso a la Edad Media, un retroceso sustancial para que las mayorías no
supieran nada acerca de su realidad. Y mientras esas discusiones se daban, las plataformas se
desplegaban y las nuevas generaciones iban hallando formas diferentes de comunicarse. Y desde
hace varios años, se informan (en su mayoría) utilizando las redes sociales. Moraleja: traccionar
teóricamente hacia el pasado no impacta en la realidad del modo esperado. Seguir sosteniendo
que la única forma viable de formar a las infancias, adolescencias y juventudes es la escuela (tal y
como la conocemos) deja más en evidencia nuestra incapacidad para prepararnos para los
desafíos de la próximas décadas que el ejercicio de una coherencia conceptual.
Innovar en la educación no desea que las mayorías queden excluidas, esa interpretación viene
aparejada con las conceptualizaciones más tradicionales (perdón por el oxímoron) que cifran todo

su valor en los desarrollos tecnológicos (un ejemplo cotidiano son los equipos para la realidad
inmersiva) y en la implementación de didácticas que diluyen su potencial al insertarse en las
rutinas, educativas actuales.
Innovar supone arriesgarse al ridículo (los pioneros no suelen ser tomados en serio) y sacrificarse
en el más duro anonimato: nadie querrá saber el comienzo, sino sus resultados. Por eso es más
sencillo incorporar tecnología y mover de lugar los bancos.

Luis Sujatovich, Prof. y Dr. en Comunicación Social

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